Apenas fueron seis receptores los que en 1931 captaron las ondas de radiofrecuencia que HCJB (Hoy Cristo Jesús Bendice) emitió en su primera transmisión. Así nació la radio en Quito, en una mediagua en medio de la naturaleza, por San Blas. No era una gran instalación, no tenían grandes equipos, pero eso era suficiente para transmitir fragmentos bíblicos, oraciones y villancicos. Era un 25 de diciembre, la vida seguía como siempre, pero ya nunca sería igual.
Tenga en cuenta
La exposición. Con ustedes… ‘La radio en Quito (1935-1960)’ está exhibiéndose en la antigua iglesia de Chillogallo. Además de los datos históricos, hay actividades interactivas para los niños.
Curiosidad. Como reacción a la gran aceptación que tenía HCJB, el cardenal Carlos María de la Torre ofrecía 300 indulgencias para quienes escucharan Radio Católica Nacional.La radio en esos tiempos era un bien solo para los más adinerados, pocas familias tenían acceso a un aparato receptor. Incluso muchos años después los precios seguían manteniéndose elevados, tanto así, que una familia de clase media tenía que hacer muchos esfuerzos para adquirir una radio. Por eso este fue un elemento de aglutinamiento social, la gente se reunía en las tiendas, pero había que llevar banquito propio para escuchar con gusto.
En un inicio, como nos cuenta Victoria Novillo, una de las investigadoras de la exposición ‘La radio en Quito’, la programación no era 24 horas, sin embargo, HCJB ya en 1935 tenía programación para todo el día. En cambio, Radio Bolívar solo salía al aire por las noches, presentaba óperas y conciertos que llegaban por un cable. En cambio, Radio Quito siempre ha tenido su punto más fuerte en el noticiero y la música.
La creatividad estalló en los múltiples implicados de una radio. Los libretistas empezaron a crear radionovelas, radioteatros, entre otro tipo de producciones. Se dice que su habilidad llegó a ser tan perfeccionada y tenían tanto trabajo por hacer, que muchos libretos se terminaban de escribir minutos antes de su escenificación.
Rosa María Albán Estrella recuerda bien esos tiempos. Particularmente le gustaba escuchar ‘El derecho de nacer’, producida por Gonzalo Proaño. Se cuenta que la afición que generó esta radionovela fue tan grande que muchas personas iban hasta las instalaciones de Radio Nacional Espejo para abuchear e insultar a los personajes malvados. Otra de las producciones que tuvo mucho éxito fue ‘El gato’. Sin embargo, nada se compara con la conmoción que generó la adaptación de la ‘Guerra de los Mundos’, de Orson Welles, hecha en Radio Quito. Era 1949, el dúo Benítez y Valencia estaba entonando en vivo una de sus canciones, esa transmisión fue interrumpida para dar paso a una información de último minuto: Naves extraterrestres habían aterrizado en Latacunga. Después de varios minutos, la programación se interrumpió nuevamente para informar que habían llegado a Cotocollao y ya estaban entrando a Quito. El miedo que generó esta teatralización fue incontenible y los resultados fueron catastróficos. La radio terminó incendiada.
Casi todo se hacía en vivo, la gente no se separaba de sus receptores para escuchar las presentaciones de las hermanas Mendoza Suasti, de ‘la Lojanita’, del trío Los Indianos, de los Chagras, entre muchos otros. A ellos se los contrataba como ahora se hace con los artistas para que den conciertos en coliseos. Lastimosamente no se guardan grabaciones de muchas de estas presentaciones. Fue con Julio Jaramillo con quien sí se tuvo cuidado de registrarlo. Pero llegaron los discos y contratar a estos artistas resultaba caro, después de todo, un disco era más fácil de conseguir y se lo podía poner cuántas veces se quisiera, luego llegó la televisión.
Los aparatos que empezaron a llegar desde 1935 eran de marcas reconocidas como Philips, RCA Victor, otras cayeron poco a poco en el olvido como Telefunken. Con la llegada de estos primeros receptores, que muchos inevitablemente se dañaron, por primera vez en Quito empezaron a abrir sus puertas los centros radiotécnicos con lo que un nuevo oficio se originó en esta ciudad. Los primeros radiotécnicos aprendieron por correspondencia, como sucedió con Naum Gallardo, quien dice que sí tenían mucho trabajo reparando los receptores, incluso tenían que arreglar algunos aparatos de las propias emisoras. Luego el Colegio Mejía y el Central Técnico ofrecieron cursos para radioaficionados, aunque en realidad la mayor parte del conocimiento se transmitía en el mismo taller. No era raro encontrar carteles con la leyenda: “Se requiere aprendiz”.