No saben desde cuándo su barrio se convirtió en un sitio de concentración de ciudadanos cubanos. Pero los vecinos del sector de La Florida, en el norte, reconocen a sus nuevos vecinos a lo lejos.
Ayer, en una tienda del sector había cinco de ellos, conversando mientras bebían una gaseosa. Una mujer que prefirió no ser identificada y que trabaja en el local de enfrente decía: “mírelos, el tono de la piel es diferente, pero usan pantalones cortos, chanclas y gafas. Y si no les reconoce por la pinta, les reconoce cuando empiezan a hablar”.
A esta mujer le molesta su presencia. Confiesa que muchas veces les dice que no tiene a la venta lo que ellos buscan, porque prefiere no atenderlos. En su opinión, ellos “arman relajo, me molesta que no es gente respetuosa y a veces son groseros”.
Para la comerciante es incómodo que entren en grupo y toquen mucho las cosas que ofrece, porque, según ella, luego se van sin comprar nada. “Habrá uno que otro que yo acepte. Es que hay gente de lo último, pero también hay gente que es un poco culta”, dice. Esta mujer es parte del 27% de quiteños que, según un estudio de Corpovisionarios, no quiere tener vecinos extranjeros.
Pero hay otras personas que no asumen la misma actitud. En la avenida La Florida hay una panadería cuya dependiente no tiene ese prejuicio. “Ellos son muy conversones. Para mí, el problema es que casi no les entiendo lo que dicen, porque hablan rápido y alto. Pero yo los recibo sin lío”.
En la avenida es común escuchar a cierta distancia las charlas de los cubanos. Algunos se paran de vez en cuando a comprarle a una mujer que vende mote con chicharrón en la vereda. Ella afirma que son buenos clientes.
“Eso les gusta más. Paso unas horas aquí para trabajar todos los días, pero nunca he tenido problemas. Si ellos nos respetan, serán respetados”.
Los casos de incompatibilidad con estos ciudadanos en Quito han causado reacciones tan fuertes como la de Mariana Castillo, quien arrendaba un departamento en el barrio.
“Vivía tranquila con mi esposo e hijo hasta el día en que ese grupo de cubanos llegó”. La propietaria del edificio le rentó a una pareja de cubanos un departamento de 70 m², en el piso de arriba. Castillo recuerda que en el primer mes no tuvo problemas, pero esto cambió cuando llegaron cuatro personas más. “Pensé que eran amigos, pero luego me di cuenta que vivían ahí”.
Un viernes, la música sonaba fuertemente. Un constante zapateo no les dejaba dormir y su esposo les pidió a los vecinos bajaran el volumen. Un joven le dijo que no molestara y lo amenazó con golpearle. Cuando Castillo le contó el incidente a la dueña de casa, se enteró que ellos no querían pagar la renta. Ella cuenta que nunca le hicieron nada malo, pero que le molestaba su actitud. Se mudó en abril del 2010.
En un taller de La Florida está una mujer que cree que hay muchos extranjeros en el sector.
Ella asegura que tiene una amiga que vive en la misma casa donde ella arrienda. “Nos llevamos bien, somos buenas amigas. Me contó que en Cuba no hay tanta libertad. Aquí tienen el acceso a progresar, tarde o temprano”, pero rechaza a otros cubanos.
Pese a que hay vecinos que no toleran a los cubanos, hay quienes los defienden. Una mujer que vive en el barrio hace 32 años cuenta que casi no tenía relación con sus vecinos quiteños, pero ahora conversa a menudo con los extranjeros. “Algunos están muy agradecidos, aunque sí se han sentido relegados por otras personas. Ellos son muy buenos, muy comedidos, muy saludadores”.
Ella atribuye el rechazo hacia esta comunidad al racismo. “Hay personas que tienen hijos que viven en otros países y no les gustaría que les hagan lo mismo. No piensan en esa realidad”.