Chamorrito dice que tiene una fuente de poder para hacer reír a los niños: se pone sus zapatos de payaso y los más pequeños, que son su público, se matan de la risa.
Su colorido calzado es un imán de sonrisas y travesuras, aunque ya está viejo y gastado. “Los niños me ven los zapatos primero, luego dan pisotones, se suben sobre ellos”, dice Walter Mera, nombre de nacimiento del payaso Chamorrito. Él compró los zapatos en el local de Wilson Guamán, el zapatero de payasos.Guamán tiene su taller escondido en la calle Riofrío, diagonal al conocido edificio Benalcázar 1 000. No hay vitrinas expuestas para que los ojos curiosos vean la obra de este artesano. El taller tampoco tiene calendarios de mujeres en biquini, como es el estereotipo de las zapaterías. En su lugar hay un inmenso zapato de payaso, blanco, con estrellas azules y rojas y el escudo de la Liga de Quito, equipo del que este zapatero de payasos es hincha.La afición por el equipo no la heredó de su padre, Adolfo Guamán, él es hincha del Deportivo Cuenca. Lo que sí aprendió fue el trabajo con zapatos, pero no los de payaso. “Cuando dijo que iba a hacer calzado de payaso le pregunté: ¿qué no tienes otra cosa qué hacer?”, recuerda con una sonrisa. Adolfo Guamán ya dejó su oficio, tiene 80 años. Ahora, cuando su hijo de 44 años necesita de él, también se esconde en la zapatería para ayudar a dar forma a los diseños de su hijo.
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Wilson Guamán ha trabajado desde los 14 años en zapaterías. Un día Canuto, un popular payaso de la ciudad, le pidió que le hiciera un par de zapatos y empezó a experimentar con hormas, cortes, colores.
De chiquito Guamán soñaba con ser arquitecto, pero la vida le puso en sus manos el don de confeccionar zapatos para hacer reír a la gente. Tal vez por eso, cuando tiene una idea fijada en la mente, no puede dormir hasta rayarla en el papel, para ser la semilla de un par de zapatos únicos, sin copias.
Le tomó “al menos 15 días” y tres pares para lograr un par que gustara a Canuto, un artista del barrio Toctiuco. Todo lo hizo por puro instinto. La clave: unas hormas que ahora no enseña a nadie. Teme que le copien sus modelos. Aunque Chamorrito (siempre sonreído) le rejura que no hay otro sitio donde confeccionen otros zapatos y, además, “el señor nos ayuda”.
Un par de zapatos cuesta entre USD 40 y 100. El tiempo de elaboración, la calidad del material (cuero) y el diseño influyen en los costos del calzado. “La idea es que el artista, en su traje multicolor, se vea guapo”, dice el zapatero de la calle Riofrío.
Chamorrito combina su traje blanco y figuritas del Gato Cósmico con unos zapatos blancos con turquesa, ya desgastados. Tiene tres pares a los cuales les “da palo”. Él trabaja en los locales de piñatas, confites, caramelos de San Francisco, en el centro. Ahí busca contratos para animar fiestas infantiles y los fines de semana hace sus payasadas en un circo que está en Llano Chico, en el extremo norte de la ciudad.
Durante el día calza los zapatos. Camina sin problema, aunque cuando recién aprendía el arte de hacer reír a la gente con los largos zapatos se “pegaba unas buenas matadas”. Al inicio es complicado andar con el calzado de un payaso. Hay que levantar las piernas como si se estuviera marchando. No se siente presión sobre los dedos, es más, se los siente libres. Los payasos no deben preocuparse por buscar un número o talla que les ajuste, solo interesa el diseño.
En el taller se pueden ver decenas de modelos. Existen redondos, puntones, con cascabeles o con la punta redonda y aplastada. Pero en el escondite del zapatero también se ven arrumados zapatos sin par de gente seria. “Es que cuando no hay trabajo, me hago unas chauchitas arreglando estos zapatos”, dice Guamán. Pero cuando tiene mucho trabajo debe hacer hasta 200 pares de zapatos en tres meses.
Eso ocurre entre mayo y julio de cada año. En esos meses, estudiantes parvularias hacen pedidos del calzado circense para dar un examen. Ellas deben vestirse de payasos como parte de sus trabajos finales. En esos días hasta cinco personas le ayudan, ahora solo trabaja con una ayudante y su padre.
Wilson Guamán tiene tres hijos y es viudo. Ninguno ha seguido la tradición de la zapatería. “Tal vez me toque casar con una payasita para ver si así tenemos un hijo zapatero de payasos”, dice, y arranca una risa hasta a Chamorrito, el payaso que riega la fama de este zapatero que trabaja escondido en su taller de la calle Riofrío.