La Batalla del Pichincha es uno de los acontecimientos mejor documentados que tiene la historiografía ecuatoriana, y acaso un evento al que mayor número de escritores le han dedicado su pluma.
Casi todo está dicho, salvo las nuevas reflexiones que necesitan hacerse sobre la epopeya del general Antonio José de Sucre.
Para los jóvenes ecuatorianos esta efemérides, sin embargo, no es tan conocida, y la fecha apenas tiene sentido histórico.
Esto cuando debería representar una de las grandes celebraciones que animen al pueblo a recordar que, con ella, se puso el sello de la libertad a todos los territorios y todas las regiones que antes eran dominio de la Real Audiencia de Quito.
Las explicaciones constituyen un nudo complejo que no se ha podido desatar debido a las grandes divisiones regionalistas e ideológicas que siguen impidiendo la cristalización de una identidad nacional.
Quito fue, es y será la cuna de la nacionalidad, pese a cualquier indiferencia de los contextos políticos, gubernativos y sociales del país.
Tiene sus símbolos, su palacio de Carondelet, donde se concentra el poder, su bandera y escudo, y el 24 de Mayo de 1822 es una fecha de independencia del Ecuador y América, junto a Junín, Bomboná y Ayacucho.
Porque la batalla no fue ganada por quiteños solamente, sino por aguerridos soldados de diversos países del continente americano.
El general Santa Cruz, quien estuvo a la vanguardia subió primero al Pichincha con soldados de la División del Perú y fue clave de la victoria.
Impresiona la composición multinacional del ejército libertador, incluyendo indios que empujaban la artillería, y afrodescendientes.
La División Colombiana tenía por comandante al general José Mires, un español que pasó a este bando; compuesta por los batallones: Alto Magdalena, venido desde Panamá; Infantería, Batallón Paya, Albión y Batallón Yaguachi.
Caballería, Escuadrón “Dragones”. Ambas divisiones sumaban unos 3 200 combatientes, encabezados por el mariscal Antonio José de Sucre.
Era un viaje singular pasando a tierras quiteñas, tras un plan de estratagemas. El mariscal Sucre siguió caminos no convencionales para distraer al enemigo o para provocarlo.
Es desde la loma de Puengasí donde Sucre y sus generales habrían trazado la estrategia del combate con la intención de pasar al ejido de Iñaquito y lograr detener al ejército realista que venía desde Pasto.
Es casi inverosímil que un ejército fatigado, con precaria vestimenta y deficiente calzado, cargado de armas, arrastrando cañones, pudo la noche del 23 de mayo ascender las laderas del Pichincha sin ser advertido por el enemigo, y después de las 9 horas, iniciar uno de los combates más agobiantes, frente a tropas españolas, también recién llegadas a América.
Eran estos: 2 400 soldados, 400 jinetes, 400 reclutas. Total, 3 500. Los batallones Cataluña, Tiradores de Cádiz, Aragón y Constitución, todos peninsulares. General de División López Aparicio, y Aymerich comandante general del ejército.
La victoria de esta batalla se inclinó pronto. De parte de Sucre a Bolívar, entresacamos: “intimé verbalmente al general Aymerich para que se rindiese”.
“Los resultados de la jornada de la Batalla de Pichincha han sido la ocupación de la ciudad, y sus fuertes el 25 por la tarde, la toma de 1 100 prisioneros de tropa, 160 oficiales, 14 piezas de artillería, fusiles, etc.”.
“400 cadáveres enemigos y 200 nuestros han regado el campo de batalla, tenemos 190 heridos españoles y 140 nuestros’ La División del Sur ha dedicado sus trofeos y sus laureles al Libertador de Colombia. Cuartel de Quito, a 28 de mayo de 1822. A. J. de Sucre”.