El notable pintor del siglo XVII, Miguel de Santiago, creó para la mariología quiteña las llamadas “Inmaculadas Eucarísticas”, que a más de vincular el tema de este sacramento con María, en los respectivos cuadros aparece la madre de Jesús, junto con la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Pero, con la peculiaridad de que el Espíritu Santo no es representado teriomórficamente (en figura de animal, en este caso como paloma), sino con rostro humano, justo en el centro de los otros dos personajes y sobre la cabeza de la Virgen María.
Esta figuración, cuádruple de la Trinidad y la Virgen, que por lo mismo deviene en una cuaternidad, fue constantemente elaborada por la escuela del antes mencionado pintor.
Sin embargo, un cuadro particularmente hermoso se encuentra en el Carmen Bajo de la Santísima Trinidad, en el cual al parecer se retocó a la “paloma” sustituyéndole por rostro humano. Igualmente, en un anticuario de la Calle Larga en Cuenca descubrí hace 28 años una pintura con el mismo motivo religioso, parcialmente destruida.
Después de una negociación, conseguí el cuadro a un precio accesible, pero la naturaleza del daño demandaba una restauración, que fue hecha por el entonces taller llamada a sí mismo ‘Miguel de Santiago’.
A parte de estos dos cuadros, mi mayor asombro fue que en la Basílica de Guadalupe en México hay también un tercero, que al igual que los anteriores, representa al Espíritu Santo con rostro humano. Sin duda, hay una coincidencia significativa al haberme topado, por tres ocasiones, con pinturas del mismo tema, con diferencias únicamente técnicas. Los cuadros del Carmen Bajo y de la Basílica de Guadalupe tienen la estética obvia por ser productos de grandes maestros, en cambio, el comprado en Cuenca demuestra imperfecciones en el dibujo, lo que hace pensar que fue elaborado por un aprendiz.
Esto significa la existencia de un modelo arquetípico, el que tiene que ver tanto con la cultura como con la consciencia individual humana; pues mientras la Trinidad integraba solo a personajes masculinos, la cuaternidad de las vírgenes eucarísticas adhiere lo femenino y material, señalando un importante cambio de estructura de consciencia en la humanidad.
Eso, puesto que las vírgenes eucarísticas anticiparon la proclamación del dogma de la Asunción de María a los Cielos, que sería declarado por el papa Pío XII, el 1 de noviembre de 1950. Este hecho entusiasmó a dos autores notables de la época: Carl Gustav Jung (1875– 1961), psiquiatra, fundador de la Psicología Analítica, quien se separó de Sigmund Freud por sus discrepancias sobre la energía psíquica o libido.
Para Jung, este dogma, representaba la unión entre materia y espíritu, y también uno de los puentes entre el consciente y el inconsciente. Jean Gebser (1905–1973), el que creía que este era un reconocimiento religioso de la cuarta dimensión formulada originalmente por Einstein y otros, que significa: el que se transparenta el tiempo así como antes ocurrió con el espacio, cuando se descubrió la tercera dimensión. La temática de la cuaternidad se expresó en otra naturaleza de pinturas.