‘Dame una S, Simón, dame una B, Bolívar, C S B, Colegio Simón Bolívar ras”. Esta frase se escucha con fuerza desde uno de los patios del tradicional plantel, ubicado en las calles Benalcázar y Olmedo, en el Centro Histórico de la capital.
Es martes, a las 10: 20. Bajo un intenso sol se juega el campeonato interno de vóley. Desde las ventanas de las aulas y los pasillos hay alumnas de primero, segundo y tercero de bachillerato. El blanco prima en las colegialas. Sobre su uniforme (un vestido blanco con un saco azul), las alumnas también lucen un mandil blanco.
Esta es una de las razones por las que desde 1940 se les empezó a llamar ‘limoneras’ a las estudiantes. En ese año se fundó el colegio, mediante Acuerdo Ministerial 5719. “Las personas que vendían mangos, limones o grosellas con sal a las afueras de las colegios usaban un mandil parecido al nuestro”, dice, entre risas, Alejandra Tipán, de segundo de bachillerato. Se enteró en el curso de inducción que dictan a las chicas antes de ingresar al colegio.
Gladys Cárdenas, ex alumna, conoce otra historia. En la década de los setenta, en un partido de básquet entre su colegio y la Unidad Educativa Manuela Cañizares, al escribir el nombre del plantel, la persona encargada cometió un error de mecanografía. En lugar de escribir Simón puso “Limón” en la hoja de premiación.
“Eso se leyó en el altoparlante. Todas reímos, y desde ahí recuerdo que nos decían limoneras”, comenta Cárdenas.
Son las10:40. El fuerte sonido de un timbre anuncia la hora del recreo. Las 1 500 alumnas de bachillerato caminan por los dos patios, los pasillos y el coliseo.
Los corredores del edificio simulan un laberinto. Al ingresar por el patio Simón Bolívar, que lleva al coliseo, hay un callejón estrecho. Ahí, se camina en fila, una en sentido oriente–occidente y otra en sentido contrario.
En el coliseo está el bar. Los gritos y la fila para adquirir un producto son comunes. Las chicas de entre 16 y 18 años ríen y se empujan. “Tenemos el mejor grupo de bastoneras. Una de mis tías lo fue. También mi hermana, que se graduó hace cuatro años, y yo”, enfatiza María Fernanda Castro.
Se lo puede comprobar en una de las vitrinas del Rectorado. Desde 1993 hasta el 2004, el grupo de bastoneras ganó 27 trofeos a escala nacional. Solo en el 2008 conquistó 11 triunfos en esta disciplina. Las 120 jóvenes que pertenecen al grupo se entrenan los lunes y jueves, desde las 13:30 hasta las 15:30, bajo la dirección de Silvia López.
Junto al Rectorado está la sala de profesores. Ahí, los docentes se reúnen para comer un refrigerio, calificar pruebas o atender a las alumnas. Agustín Moreano, de 65 años, es profesor de matemá- ticas. Desde hace 15 años trabaja en la institución. Su voz es baja y entre las alumnas es reconocido por su exigencia.
El timbre suena nuevamente, todas corren por la antigua edificación, que ya tiene 72 años. La edificación tiene 300 años y es una de las más emblemáticas de la cuidad. A inicios del próximo mes, el colegio se trasladará al edificio donde funcionaba la Unidad Educativa Espejo (América y Río de Janeiro).
Las alumnas vuelven a las aulas. Marieta Pazmiño, profesora de ciencias naturales, asegura que la creencia religiosa también está vinculada con la tradición del colegio. En las instalaciones se preserva una celda donde vivió el Hermano Miguel. “Hay chicas que escriben en un papel su pedido para pasar el año y lo depositan en una pequeña urna de cristal”.
A la hora de salida, grupos de jóvenes se reúnen en las esquinas cercanas al establecimiento. Se atreven a contar la razón por la que les llaman limoneras. “He visto que en el sello del saco hay un árbol de limón…”.
Recuerdos de ex alumnas
Johana Córdova
Empresaria
‘El colegio me ayudó a ser empresaria’
En 1999 me gradué en la especialización de Secretariado Bilingüe. Fui una de las mejores egresadas de mi promoción y gané una beca para estudiar Comercio Exterior en el extranjero. Ahora vivo y trabajo en España. Construí una empresa de artesanías, donde trabajo con algunos compatriotas. Los mejores recuerdos que tengo son los de mi colegio. Ahí desarrollé mi gusto por la contabilidad y mi destreza para los idiomas. Soy y seré ‘limonera’.
Rosario Vásquez
Ex alumna
‘Volví al colegio como educadora’
En 1961 entré a las aulas del colegio y me gradué en 1966. Decidí estudiar Contabilidad (nunca me gustó), sin embargo, me gradué como educadora y volví al colegio. Después de 17 años como profesora se me dio la oportunidad de ser encargada de la celda del Hermano Miguel. Es grato continuar en el plantel, ver cómo pasan las generaciones de alumnas y contarles la historia de nuestra querida institución. Cuando nos vayamos será muy doloroso.
Rocío Pazmiño
Profesora
‘Es un honor ser ex alumna y profesora’
Siempre quise ser educadora. Para mí fue un honor pasar por las aulas del Bolívar. Cuando me dieron la noticia que iba a ser profesora del plantel tuve mucho recelo. No lograba entender la posibilidad de verles a mis profesores como colegas. Yo tenía 22 años. Ahora soy profesora de ciencias sociales. Los logros deportivos, artísticos e intelectuales del colegio los siento como míos. El Simón Bolívar es un referente en la educación tradicional quiteña.
El internado y el grupo de bastoneras
En la década de los setenta. Desde la fundación del Colegio hasta 1972 funcionó el internado del plantel . En este espacio se daba hospedaje a las alumnas que llegaban desde otras provincias a continuar con sus estudios secundarios.
En ese año también se abrió la cooperativa
estudiantil, la cual funciona hasta la actualidad. Uno de los íconos del colegio es su grupo de bastoneras, constituido desde 1968. Todos los años participan en los desfiles de La Confraternidad.