Desde la época colonial, el Palacio de Carondelet ha sido el centro del poder político nacional y el corazón de Quito. Tras el anuncio de la Presidencia de que trasladará su sede a un nuevo complejo arquitectónico en el Cuartel Epiclachima, en el sur, hay un nuevo debate en la Plaza Grande.
José Morales y Carlos Ayala son parte de uno de los grupos de jubilados que se reúnen a diario en el lugar. Debido a que son personas de la tercera edad, afirman que no se preocupan mucho, porque quizá no lleguen a ver la nueva Presidencia de la República.
Ambos tienen criterios distintos sobre este proyecto. Morales considera que “el cambio va a afectar a todos los que hemos tenido la suerte de vivir en la capital. Es el centro de la nacionalidad, de la política, la sede del gobierno toda la vida. Es un centro turístico y sí que va a hacer falta”.
A Carlos Ayala le parece que ya era necesario un cambio. En son de broma, afirma que las malas lenguas dicen que el presidente Rafael Correa se quiere ir por la mala vecindad. “Aquí hay un pocotón de borrachos, ladrones, prostitutas y un montón de viejos. Dizque se va también para no estar al lado de los curas”.
Pero si hay algo que los jubilados de la Plaza Grande no extrañarán es la convulsión social. Ya no habrá tantas manifestaciones ni concentraciones que les obliguen a buscar refugio en los patios del Palacio Arzobispal.
Con el paso de los años, el Palacio de Carondelet se ha convertido en un símbolo de la identidad de los quiteños. Para el historiador David Gómez, éste ha concentrado la imagen del poder. Por eso, en revueltas recientes, como la de los forajidos, en contra del presidente Lucio Gutiérrez, la consigna era tomarse el Palacio.
Lo mismo ocurrió en 1944, en la revuelta La Gloriosa, encabezada por partidarios de Velasco Ibarra. Él derrocó a Carlos Alberto Arroyo del Río.
Pese a ese alto nivel de simbolismo, Gómez afirma que no se trata necesariamente de una pérdida de un elemento de identidad. “Es verdad que la identidad se construye a través de la apropiación del espacio público, pero no se va a perder porque haya un cambio. Lo que significa el Palacio sigue teniendo el mismo imaginario”.
Al pie del Palacio caminan a diario cientos de ecuatorianos y extranjeros. Unos van de paso y otros son asiduos visitantes de la Plaza Grande. René Pérez, de segundo curso de bachillerato del Colegio Montúfar, estuvo allí, junto con Cristina Montesdeoca, del Colegio Simón Bolívar.
Ambos jóvenes están en desacuerdo con el proyecto del gobierno. Para ellos, Carondelet tiene un significado importante para Quito. “Además de ser un atractivo turístico, el solo hecho de llamarse Palacio ya te da la idea de que es el centro de mando. La Presidencia debería estar aquí, que es un lugar accesible, conocido y querido por todos”, dice Pérez.
Montesdeoca señala el monumento a la Independencia, que adorna el centro de la plaza. Comenta que al igual que el Palacio, se merecen respeto. “No me parece que digan que se van al sur, porque la gente viene más al centro por ser histórico, a conocer los museos y Carondelet”.
En este Palacio se dieron importantes hechos históricos del país. Aunque ha sido remodelado en varias ocasiones, se ha convertido en un símbolo de los ecuatorianos. Por eso, el quitólogo Édgar Freire Rubio no está de acuerdo con que la Presidencia se mude.
Según él, el mundo vive de símbolos y el Palacio de Carondelet lo es para la urbe. Él recuerda que en el inicio se llamó Palacio Real, cuando era el centro del poder de la Real Audiencia de Quito.
“El querer descentralizar quitando de ahí la Presidencia es una muestra de que hay un desconocimiento de la historia. Hay que pensar que por ahí pasaron Simón Bolívar, Sucre y todos los buenos, malos y mediocres presidentes de este país”, afirma.
Para el quitólogo, el mover la sede del Gobierno sería quitarle un poco el alma y el corazón a la ciudad. “Creo que el Presidente busca blindarse tras un fortín de las Fuerzas Armadas”.
En mayo, Rafael Correa dijo que se planeaba que la sede del Gobierno se vaya al sur. “Es un proyecto de un impacto histórico, talvez, solo comparable a la llegada del ferrocarril”, dijo.