Por un estrecho y empinado sendero caminan a diario Madeline Sasi, María Morales, ambas de 7 años, y de Francisco Cuzco, de 11, para ir a la escuela.
Los tres niños son vecinos y viven en el barrio Pinar Alto, asentado en las laderas del Pichincha.
Allí no hay vías, los vecinos se movilizan por chaquiñanes que se abren en medio de la maleza, hierba y árboles de eucalipto.El Pinar Alto es uno de los barrios situados en una zona de riesgo: en el punto más alto de la ladera. Los pequeños estudian en la escuela República de Cuba, en San Juan. Bajan entre 30 y 40 minutos, hasta la calle El Pinar.
Sasi dice que cuando llueve se demoran una hora, porque “el suelo es resbaloso y a veces nos caemos”.
En las mañanas salen de sus casas a las 06:30 para no atrasarse.
Al llegar a la calle El Pinar, en el barrio El Pinar Bajo, andan cinco minutos más hasta la parada de bus. Hay tres líneas de buses.
Ellas visten falda y él, pantalón azul marino y una chompa ploma. Hay días que usan botas de caucho para no ensuciar los zapatos. Están acostumbrados a subir y bajar por la ladera, su paso es ligero a pesar de que les falta el aire. Se refrescan con bolos que compran en un tienda. Desde esas alturas, Quito se ve espléndido.
Para Martha Polamarín, quien vive cuatro años en la ladera, movilizarse en carro es un lujo; cuando llueve, la vía empedrada -que solo llega al Pinar Bajo- se llena de lodo. “Ni buses ni taxis quieren subir. Es peligroso”.
Esta situación también la sufren otros barrios que se sitúan en las laderas del Pichincha. Entre ellos: La Libertad, Miraflores Alto, Toctiuco, Los Ángeles y El Guabo, en el lado occidental. Y Monjas, Paluco, El Triángulo de Piedra y Bella María, en el lado oriental.
Todos estos sectores son vulnerables a derrumbes. Desde el 27 de abril pasado, el Municipio aplica encuestas para determinar el nivel de riesgo de las viviendas y la condición socioeconómica de las familias. A través de una tabla evalúan criterios como la saturación de agua en el suelo, fisuras en la infraestructura de la vivienda, tipo de suelo, entre otros.
En la Zona Centro, incluido Guápulo, se calcula que 300 familias están en riesgo, según Alioska Guayasamín, administradora zonal. En tres semanas habrá un diagnóstico de las familias que pueden ser reubicadas.
Santiago Ponce, uno de los encuestadores, visitó 18 casas en El Pinar Alto. En el sector hay unas 50. Según los resultados preliminares, el 80% está en riesgo de deslizamientos porque las viviendas están al borde de taludes. El barrio no tiene alcantarillado y las casas no se construyeron con criterios técnicos. Las estructuras en su mayoría son de bloque, ladrillo y madera con techos de zinc. Un caso es el de María Taday, de 63 años. Su esposo, que es albañil, construyó la casa hace 15 años, cuando vinieron de su natal Riobamba. La vivienda está a punto de desplomarse, por una grieta que se formó junto a un maizal. Hay fisuras en el inmueble. Allí también vive su hija y sus tres hijos.
Taday pide ayuda para no perder su propiedad, no tiene recursos para ir a otro sitio.
Las encuestas señalan que las personas que viven en las laderas tienen un ingreso promedio de USD 264 al mes, pero sus gastos bordean los USD 150.
Hay familias que no quieren abandonar sus casas, porque se acostumbraron al campo. Carina Toapaxi, de 18 años, nació en El Pinar Alto. Su madre, Blanca Almache, heredó el terreno donde construyó una casa de dos pisos. Tienen sembradíos de maíz y crían gallinas.
A las 13:30, la caminata de los niños termina. La primera en quedarse es Morales. Luego de 10 minutos, Sasi. Su casa está vacía y la cocina fría, sin comida.
Ella espera que a las 17:00 llegue su madre para almorzar. Cuzco se despide de sus amigas y avanza por ladera. Carga una poma , en la que todos los días lleva la leche a los clientes de su madre.