En rigor no es una cancha de fútbol. Hay aros en lugar de arcos y cuatro trazados, con líneas de colores diferentes. El pavimento tiene ligeros desniveles y hay niñas y niños ajenos a la disputa, que pasean por el campo de juego. Yorle Chanataxi es diminuto, gambetea bien y tiene una habilidad increíble para esquivar a sus rivales, a quienes juegan básquet, trompos y rayuela en la misma cacha.
En la Escuela Isabela la Católica (Montúfar y Rocafuerte), a la hora de recreo, el patio se convierte en una cancha multiuso. Las niñas juegan básquet, los niños fútbol, niñas y niños a la rayuela y a los trompos. Chanataxi deja atrás a dos contrincantes y se perfila para patear el balón. Levanta la mirada, ubica al arquero contrincante, que se abre espacio entre la multitud, y dispara.
La pelota blanca con rojo impacta contra una niña, de contextura gruesa, que camina, muy alegre, por el patio de cemento con tres amigas.
Del susto suelta la funda amarilla con salchipapas. Óscar Pilacuán, el arquero que estaba listo para bloquear el disparo de Chanataxi, reacciona con agilidad, y no le importa pisar las papas regadas en el piso, para llegar rápido al balón. Pilacuán se barre y manda la pelota a un costado.
El balón golpea contra la pared desconchada. Isaac Chicaiza gana el rebote y patea con fuerza. El esfuerzo de Pilacuán por evitar que la bola le supere es inútil. Vuela, no la alcanza, cae al piso y se reincorpora para protestar. “Fue muy alta, no es gol”. Chicaiza se enoja, se para donde estaba el arquero, levanta su brazo y explican que la pelota pasó por debajo de donde llega su dedo medio. “No seas alegón, fue un golazo”.
Ante la falta de arcos, los niños calculan el sitio donde estarían ubicados los tres palos. Ese trazo imaginario deja mucho espacio para las discrepancias.
Mientras Chicaiza y Pilacuán discuten, una pelota amarilla de caucho flexible golpea en la cabeza del primero. Éste no se inmuta y cuando se le pregunta ¿por qué? responde que ya está acostumbrado a jugar su partido de fútbol, esquivando otros balones que pasan sobre su cabeza, que le golpean en el pecho, que se enredan en sus pies, y no los puede patear porque son de otros equipos que juegan a la vez en esa cancha.
Los jugadores que siguen a la pelota amarilla tienen una disputa aparte. John Jairo Tocte no deja de reclamar, porque en su opinión, el guardameta del otro equipo cogió la bola con la mano fuera del área. Marco Tenorio defiende lo contrario.
Una diferencia compleja de resolver, porque para el uno la línea verde es la que delimita la zona del arquero; para el otro, es la roja.
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La discusión se diluye cuando Tocte acepta la postura de su contrincante. “Te regalo, pero juega rápido que ya mismo se acaba el recreo”. A las 10:15 del pasado jueves, en el patio de cemento ruedan nueve pelotas, de diferentes colores y tamaños. Debajo del aro, los arqueros están ubicados formando una fila horizontal, cuando llega una bola que no es la suya, se abren y dejan espacio para que actúe solo el involucrado.
John Yengari alcanza a bloquear un ‘balazo’. Su pelota es una verde. Se reincorpora y saca fuerte con el pie derecho. El balón golpea en la espalda de un niño, que juega básquet con entusiasmo.
Yengari, en una demostración de habilidad y talento, salta con los brazos bien estirados y gana la número 5 en el aire. Se esfuerza, pero no suelta de su mano la funda de Doritos. Él come los ‘snacks’ mientras la disputa se centra en la cancha contraria.
El recreo está por terminar y las gotas de sudor se deslizan por las mejillas de Chanataxi. El diminuto jugador no deja de correr, quiere meter otro gol para no bajar su promedio de tres por partido.
Sus zapatos son de cuero y suela, y a pesar del fuerte sol, dice que no le quema el pie. “Ya estoy enseñado a jugar con estos. Cuando me pongo pupos pateo durísimo”.
Suena el timbre y los niños deben volver al aula. Los posteriores son los minutos más intensos porque la regla es jugar hasta que la pelota salga del campo de juego. Algo complicado, porque por los costados se aplica el todo juega, es decir, se debe seguir aunque el balón choque contra las paredes. Nadie se atreve a patear de media o larga distancias, hay que cuidar la última jugada y la única manera de hacerlo es llegar hasta el arco de los rivales, con una jugada en conjunto y asegurar el gol.
Las profesoras y los profesores, parados detrás de los aros, a prudente distancia para no ser víctimas de los balonazos, empiezan a desesperar. A gritos les recuerdan a los niños que ya sonó el timbre. Ellos ajenos a ese llamado siguen enloquecidos detrás de los balones. El Inspector no tiene otra opción que tratar de apoderarse de las pelotas y dejarles sin el principal instrumento de juego.
Eso preocupa a los dueños del balón y el partido se acaba. Pilacuán corre a los baños, mete la cabeza debajo de la llave de agua, se sacude y va al salón de clases. Tocte no puede ocultar su enojo y a la vez que camina al grado hace un comentario consolador: “Si cobraba yo ese tiro libre, le metía el gol y terminábamos empates”.
El patio se va quedando sin niños, bajan los niveles de ruido, las dos, tres… pelotas ya no pasan por el aire y los aros quedan despejados. El recreo se acaba y la cancha queda en silencio.
Frases y palabras
Todo juega. Es cuando los jugadores aceptan que si la pelota sale de las líneas trazadas en el piso, es como que estuviera dentro del campo de juego. Solo se considera que salió de la cancha cuando está a las espaldas de los arqueros.
Pégale un balazo. Los niños utilizan esta frase para incentivar a cualquiera de sus compañeros a que le pegue duro a la pelota con dirección al arco opositor. Lo hacen, con frecuencia, cuando el arquero está fuera del área o cuando quien lleva el balón no tiene a quién pasarlo hacia adelante.
Hazle bailar. Ese pedido lo hacen a quien lleva la pelota. Sus compañeros le piden que gambetee más de una vez a su rival. Por lo regular, el pedido lo plantean al más hábil del equipo, al que en un partido oficial y con las reglas muy claras, llevaría la camiseta número 10, o al que llevaría la banda de capitán.
Alegón. Ese calificativo utiliza un jugador contra otro, cuando se siente perjudicado por una jugada. Con frecuencia es el término que enciende la discusión entre contrincantes. Hay casos en los cuales, por pronunciar esa palabra, la discrepancia termina en golpes.
Chanchaco. Esa palabra utilizan los niños para identificar a los más malos de los equipos. Es agresiva y, por lo regular, provoca reacciones fuertes por parte de los afectados. No se la pronuncia mucho durante el partido, excepto que los ánimos estén caldeados y la pelea sea inevitable.