Entre lectores afectos a los viajeros extranjeros al Ecuador, que generalmente son del siglo XIX, es bien conocida la admiración al barón Alexander von Humboldt y sus libros científicos sobre la naturaleza, en su paso de seis meses por la Audiencia de Quito, 1802.
Elogios para el sabio alemán todavía están cortos para comprender la grandeza de su obra. Entre otros que escribían sobre Ecuador ya independiente, descuella la figura de un diplomático norteamericano, de origen austríaco, Friedrich Haussaurek, que escribiera en 1886 una obra traducida como ‘4 Años Entre los Ecuatorianos’ (Abya Yala, 1993).
El diplomático en tiempo de Lincoln (1864) y que trataba con García Moreno, ha sido criticado por su indignación exagerada ante la suciedad de los ecuatorianos, la higiene pública y los hábitos poco recomendables de hombres y mujeres que se orinaban públicamente en las calles, mirando, además cínicamente a los peatones; gente que se expulgaba comiéndose luego los piojos, etc.
Sin embargo, los criterios opuestos entre estos escritores resultan un contrasentido porque se ha internalizado entre los lectores que Haussaurek es negativo por su crítica a la sociedad, y Humboldt, un positivo admirador de las montañas que estudiaba.
Esta nota trata de clarificar la dicotomía, pues, pese a la veneración que se tiene al sabio alemán, encontramos que le desagradaba los puntos vitales que él mismo estudiaba; esto, desde el punto de vista de la estética. Odiaba los dorados y todo el arte barroco.
“Diariamente se encuentran en Quito unos 50 000 habitantes”. “La ubicación de la ciudad no es hermosa no por estar enclavada entre montañas, sino porque estas mismas montañas (….) no son pintorescas” (En: Humboldt, Diarios de Viaje en la Audiencia de Quito, por Moreno y Borchart de Moreno).
Imposible de creer esta concepción en un afamado estudioso de las montañas andinas. “El aspecto del Pichincha, la ladera de este volcán tampoco es muy bella”. “Un escritor europeo no se atreve a detenerse en la descripción de las casas particulares. No ofrecen nada especial, son de dos pisos, desfiguradas por una cantidad de galerías de madera, que serían menos feas si la madera (no) imitara la forma de varas de hierro.
Aunque frutifica: “No solamente ninguna ciudad de América tiene templos tan grandes y tan bellos como Quito, sino que la mayoría de estos templos haría buena figura en Madrid o Cádiz”. “Todas tienen hermosas cúpulas como en la del Colegio de Jesuitas (La Compañía), que se podría admirar la escultura… si la fachada no estaría sobrecargada de ornamentos, desfigurada por columnas en espiral”. Se deduce que Humboldt odiaba el arte barroco.