Si el tristemente célebre y vivaracho padre Almeida habitara en nuestros días en el convento de San Diego, en el Centro Histórico, sería un fraile versión multimedia.
Antes de planificar sus escapes nocturnos, se contactaría a través de redes sociales con el resto de novicios cómplices del convento, en total silencio, para evitar que las paredes, que todo lo oyen, y que los padres superiores, que todo lo saben, frustren sus terrenales planes.
Seguiría utilizando como escalera el brazo de la escultura de Jesucristo que se halla al pie de la ventana . Eso sí, tomaría las precauciones del caso, no por el escape, sino por la peligrosidad de las calles que circundan al convento. No vaya a ser que los amigos de lo ajeno le despojen de su sotana, y de los dólares para financiar los canelazos.
Una vez afuera, el padre Almeida se dirigiría a la calle Juan de Dios Morales, más conocida como La Ronda. Allí daría rienda suelta a sus deseos de libar y bailar.
Al ser un fraile moderno, realizaría confesiones virtuales y recogería limosnas a través de su cuenta en línea.
También, entre sus amigos virtuales figurarían el padre Fernando Lugo, el cura Flores y el padre Amaro.
Con lo que no contaba el padre Almeida, es que en los alrededores de las esculturas se instalaron sensores de movimiento. Estos hicieron despertar al Jesucristo, que una noche le preguntó: ¿Hasta cuándo padre Almeida?
Él, ni corto ni perezoso, respondería, hasta que me desconecte del Facebook, Señor.