Para llegar a la casa de María Naula, en La Pulida, hay que subir una escalinata de ladrillos, barro y tierra. Los pasamanos son de ramas de árboles. Ayer, los graderíos estaban resbalosos debido a las constantes lluvias.
Naula sube las gradas cuidadosamente, para no caer. Su vivienda, construida con ladrillo y barro, está ubicada en una ladera, en el occidente de la ciudad.
En cada época invernal, Naula teme que su casa se derrumbe. “Tenemos que rezar cada que llueve”. La vivienda de techo de zinc no tiene cimientos estables y la tierra está húmeda.
Los graderíos también conducen a las casas vecinas, de similares características: techos de finas láminas de zinc aseguradas con piedras o llantas, puertas de madera y paredes de ladrillo armadas con barro.
La madre de familia construyó su vivienda hace 40 años. “En esa época, la única manera de llegar al barrio era a lomo de caballo o burro”, recuerda.
Ella admite que el terreno es inestable y por eso decidió colocar plástico en la ladera. “Así evito que se filtre el agua”.
La vecina de La Pulida comenta que pese a que su casa está en una zona peligrosa, nunca ha recibido visitas de funcionarios del Municipio. “Acá no llegan”.
La luz eléctrica, alcantarillado y líneas de teléfono fueron gestionados por los vecinos.
La vivienda de Luis Alvarado también está junto a una pendiente. La ladera está cubierta con una larga lámina de plástico negro. Él vive con su familia en la calle Antonio Salinas, en El Madrigal, en el suroriente.
En su opinión, la protección de plástico evita que el agua se filtre en la tierra y que se produzca un deslave, como sucedió hace unos dos años.
Alvarado recuerda que en el invierno del 2008 hubo un derrumbe y su casa estuvo en peligro de caer. “En esa época, el Municipio ofreció construir un muro de contención para evitar más problemas”. Pero hasta ayer, el talud solo estaba cubierto con plástico negro.
El padre de familia cuenta que han realizado todos los trámites, pero no se concreta una solución definitiva. “Hace dos meses colocaron los plásticos, pero nada más. Todo está igual”.
Desde el patio de su casa se puede ver la pendiente que da hacia la calle empedrada, que conecta al barrio con la autopista General Rumiñahui.
A unos kilómetros hacia el sur de El Madrigal está el barrio Alborada de Monjas. Las viviendas, construidas con bloque y cemento, están sobre una ladera que da hacia la autopista.
El lindero de la casa de Rosa Tipantaxi también está cubierto con plástico negro. “Con eso evito que mi mediagua se caiga al barranco”, dice la mujer.
Tipantaxi recuerda que no había calles, agua potable, ni luz eléctrica. Pero desde hace cinco años, el Municipio ya instaló todos los servicios. “Solo faltan construir muros de contención”.
Rosa Quishpe vive en el sector de El Rosario, en la ribera del río Machángara, en el suroriente.
Su casa está en la mitad de una loma, levantada con bloques que fueron unidos con tierra. Ella cuenta que el personal del Municipio la visitó hace un año, luego del fuerte invierno. “Nos dijeron que estamos en una zona de riesgo, pero no regresaron nunca más”.
En el Comité del Pueblo
Las familias afectadas por el derrumbe de seis casas en el Comité del Pueblo, en el norte, se reunieron ayer con el Municipio.
El fin fue realizar un censo a las personas que vivían en las viviendas destruidas. Milton de la Cadena, de la Secretaría de Riesgos, afirmó que se tenía prevista una reunión con los vecinos en la noche de ayer, para presentarles el plan de relocalización de las viviendas en zonas de riesgo.
Cadena afirmó que el Cabildo determinó que en total hubo ocho familias afectadas directamente por el deslave.