Los ecuatorianos sienten nostalgia por las viejas costumbres. En los barrios de Quito, las personas ya no se reúnen, como antes, para armar el plan de fin de año.
Las fiestas son cada vez más familiares y menos de barrio. El muñeco de año viejo y la colecta de cosas para rellenarlo son un recuerdo de una etapa ya quemada. Nuevas reglas, la inseguridad de la ciudad o el olvido han cambiado la forma cómo la gente despide al año.
Cinco adultos mayores recuerdan la Nochevieja de antaño. En el tradicional barrio La Ronda, Bolívar Mena, de 75 años, trae a memoria la celebración que hacían, entre vecinos.
Todos, con humor, participaban en la elaboración del testamento que se hacía de forma oral. Con frases jocosas y picantes, se detallaba la herencia que dejaba el viejo año. “Ni un verdugo se salvaba, a todos les dejaba algo el viejo, esa sí era sal quiteña”. Ahora, la gente “no se reúne, teme a la delincuencia, la ciudad ha cambiado”.
Antes, estas fiestas eran el pretexto para la integración barrial.
Ahora son pocas las calles que se cierran para instalar el equipo de sonido a todo volumen. Las festividades son restringidas al núcleo familiar y lo más social es un breve saludo con los vecinos a la medianoche.
En San Blas, Miguel Buitrón, de 81 años, reunía con sus amigos la ropa y los periódicos viejos del barrio para armar el monigote. “Quemé a todos los presidentes menos a Velasco Ibarra”.
La diferencia con aquellos años es que antes había más cercanía entre vecinos, hoy la gente celebra individualmente, añade su esposa María de Lourdes, para quien las cábalas también han variado. “Antes se comían 12 uvillas para tener buena suerte los 12 meses, no las uvas”.
Ambos coinciden con Mena en que se podía transitar hasta las 04:00. Ahora el miedo a los ladrones hace que la gente no salga de sus casas. Esta pareja jugara rumi esta noche.
Atrás quedó la costumbre de contar los minutos para ir en busca de los mejores amigos del barrio y darse el lujo de escoger en qué fiesta bailar.
Lo que más extrañan Michael Arias, de 86 años, y Alfredo Naranjo, de 81, es la elaboración casera de caretas. Ellos coinciden en que ya no se valora el trabajo manual, sino el costo. Era una obra de arte hacerlo uno mismo, dice don Alfredo, quien pasará en su casa para “que no le quemen, y si me queman que empiecen por la mechita”.