Antes, yo quería aferrarme a mi país, pero no tenía a qué aferrarme. No encontraba razones ni por su presente ni por su pasado y mucho menos por sus políticos. No podía confiar en sus autoridades.
Le atribuía entonces un futuro, lo quería fuerte y cuando me inclinaba sobre su historia no veía más que servidumbre y resignación. De vuelta a la actualidad quizás me esperaban los mismos defectos.
Por estos hechos mucha gente decidió autoexiliarse, emigrar, huir. Pero mi familia, como muchas otras ecuatorianas, decidió quedarse y enfrentar las múltiples crisis por las que el país ha atravesado.
Un día entendí que mi país no puede vivir ante mis exigencias, que lo hacían lucir insignificante. Era mi actitud, mi posición y mi proyecto de vida lo que contribuiría para hacerlo fuerte.
Era necesario ayudarle a ser productivo. Para ello debimos invertir, enseñar a jóvenes a trabajar en la rama de las artes gráficas. De manera inmediata generamos fuentes de empleo y al tener trabajo, la gente accedió a mejores condiciones de vida. Acusaba que mi país era el que no generaba oportunidades, cuando quien debía crearlas era yo. Comprendí que si quería cambiar primero debía cambiar mi historia.