El aroma de pristiños y buñuelos, que están en unas grandes pailas de bronce, se percibe al iniciar el paseo por el Museo de la Ciudad, en el Centro Histórico de Quito.
Cinco personas se encargan de amasar y echar en manteca hirviendo estas golosinas tradicionales de Quito. Desde allí se surte a los puestos que están distribuidos en el patio La Ronda, de lo que fue el Hospital San Juan de Dios.
Junto a esta carpa blanca está el puesto Golosinas de mi tierra, de Graciela Campaña. La mujer ha ofrecido tamales de gallina, pristiños, buñuelos, colada morada y rosero desde la primera de las 13 ediciones de la Feria de Dulces Tradicionales, que se realiza en agosto de cada año.
La mayor parte de recetas las heredó de su madre, pero el rosero lo aprendió de su hermano Jorge, quien es chef en un hotel cinco estrellas de la ciudad. “Dicen que el rosero viene desde los tiempos de la Colonia. Esa bebida se sirve, principalmente, en los bautizos y primeras comuniones”, dijo.
Cuando los clientes que paseaban con curiosidad se acercan a su puesto, doña Graciela los invitaba: “Venga, mi vida, ¿qué le damos? Sírvase el rosero quiteño heladito, el tamalito de gallina”. En los tiempos libres, también se da una vuelta por las otras carpas y se compra alguna golosina. Prefiere los helados de paila, para aliviar el calor, y los pasteles de doña Sebastiana.
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En el centro de la feria hay mesas para que los clientes puedan degustar los dulces con tranquilidad. Allí estaba Rubén Morales.
Con alegría vio que en uno de los puestos podía comprar su golosina de la niñez. “Cuando íbamos a la escuela comíamos estos bizcochitos con panela. Nos daban dos reales de colación y estos costaban uno. Aquí les llaman mojicones, pero igual son el mismo buen recuerdo”, dice.
Morales acompañaba a su hija Alison y a su esposa Laura, que saboreaban una espumilla con gelatina. Para cerrar su paseo por la feria se disponían a comprar champús, una colada dulce de mote, que le encanta a la pareja.
En otros puestos se pueden probar manzanas silvestres y tomates en almíbar. También hay jucho (un almíbar con frutilla, pera, durazno y capulí o cereza). En ese puesto, el dulce de sambo con pepa o el dulce de zapallo también llamaba la atención. Amalia Lara no lo había probado nunca, pero prefirió dar una vuelta antes de decidir qué comería. Vive en La Ofelia y era la primera vez que visitaba la feria. Fue acompañada por un grupo de mujeres que caminaban contagiadas por el ritmo de la música de banda de pueblo que sonaba por los parlantes.
Los coloridos dulces estaban colocados sobre bandejas, en manteles blancos. Había también cocadas de piña, chocolate, fresa y leche, cascaritas de naranja, turrones, quesadillas, obleas, trufas, maní enconfitado, caca de perro (tostado de dulce) y mistelas.
Amablemente, Héctor Cubas ofrecía bolsitas de trigo y maíz de dulce. Son cereales inflados, endulzados con miel y se pueden comer solos o con leche.
Esta es la primera vez que Cubas participa en la feria. Lo que más le gustó en el primer día fue el ambiente alegre que hay, la música y la gran variedad de dulces.
Las golosinas de antaño
La feria estará en el Museo de la Ciudad (García Moreno S-147 y Rocafuerte) de 09:30 a 17:30, hasta el domingo. La entrada cuesta USD 0,25.
Dulces como aplanchados, quesadillas, suspiros , mojicones, chimborazos, melbas, relámpagos, etc., cuestan entre USD 0,25 y 1,50.
Allí se ofertan 20 golosinas quiteñas. El fin de semana se harán demostraciones de cómo se preparan algunas de ellas.