Son largas o anchas, pueden ser grandes como una mano o tan o más pequeñas que una pestaña. Con sus diversas formas, diseños, colores y fragancias atraen a los insectos. “Es por eso que a las orquídeas se las conoce como las maestras del engaño o de la seducción”, dice Marco Ubidia, coordinador de guías del Jardín Botánico de Quito, ubicado en el parque La Carolina, en el norte de la urbe.
Este sitio es el hogar de alrededor de 1 200 especies de orquídeas nativas del país.
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A diario llegan más de 70 visitantes. Una de sus principales atracciones es el orquideario.
El pasado jueves, Luis Mendoza, junto con su esposa Elizabeth Risco y sus dos hijos, recorrió el lugar. Desde que la familia cruzó el portón de metal, los flashes de sus cámaras y celulares no pararon de sonar y emitir ligeros rayos de luz artificial. Mientras miraba detrás del lente, Risco no paraba de halagar a una orquídea rojo carmesí. “Se la conoce como Drácula por su color y la semejanza que tienen sus sépalos a unos largos colmillos”, explicaba Ubidia.
El recorrido dura alrededor de 30 minutos, en cada rincón de la sala, la familia no deja de sorprenderse con las coloridas plantas. El sitio es una adaptación del bosque nublado del noroccidente y del Páramo del Distrito. El piso es de cemento, una de las paredes es de vidrio y las plantas permanecen en macetas.
En otro sector de la ciudad, en la Reserva Orquidearia de Pahuma, ubicada en la parroquia de Nanegal, hay 170 especies de orquídeas, que flanquean los tres senderos ecológicos del lugar.
René Lima, uno de los tres guías especializados, comenta que la época de verano es el tiempo en el cual las orquídeas germinan. Para él, estas plantas son mágicas. “Son las hadas del bosque. Se las ve enredadas en algún árbol, como si lo abrazaran. Ellas bailan, se abren, se cierran, se estiran. Y con esos llamativos movimientos atraen a los insectos”, comenta Lima.
El recorrido sigue y en medio de la vegetación, Lima extiende la mano, retira algunas ramas y descubre a una orquídea con pétalos amarillos y sépalos rosados y alargados. Cada vez que el viento sopla con algo de fuerza, sus tres sépalos se mueven de un lado a otro. “Si se detienen por un momento y la miran con atención, podrán observar que la planta parece una bailarina, que se mueve al ritmo del viento”, asegura el guía.
Al pie de esta planta hay un pequeño letrero de madera. Ahí consta el nombre común y científico de cada una de las especies. En ese caso, solo hay un nombre escrito ‘Bailarina’. Lima informa que en la Reserva se está trabajando en un sistema nuevo de rotulación, es por eso que en algunas plantas no hay todos los nombres.
Al cruzar un pequeño puente de madera, que lleva a un sendero empinado, se observa otra especie de orquídea: la tigrillo. Es blanca con manchas cafés.
Visitar la reserva de 674 hectáreas lleva toda la mañana. Lima es experto en el tema. Él acompaña sus explicaciones científicas con historias de fantasía (nomos, hadas, faunos, entre otros). Todo relacionado con el bosque. Esto hace que los visitantes se despreocupen de mirar el reloj.
Al otro lado del Distrito, en El Quinche, se ubica el Jardín Botánico Orquídeas de Sarina. Su dueña Sara Gutiérrez recolecta estas plantas desde hace 40 años. Para ella, las orquídeas son parte de su vida. Habla con ellas y siempre les lanza piropos.
En su casa construyó cinco invernaderos. Cada uno de distinto tamaño. Uno de ellos es exclusivo para las orquídeas miniatura. Están en pequeñas macetas de plástico construidas por ella.
Una es la orquídea Acronium. Es del porte de un grano de maíz, y para poder apreciar su gama de colores es necesario usar una lupa. Gutiérrez cuenta con una orquídea que lleva su nombre. Esto, porque ella descubrió esa especie. La enseña gustosa.
“Se llama Telipogon sarae”, dice con una sonrisa. Ubidia, Lima y Gutiérrez no se conocen, pero los tres coinciden en que estas son las más hermosas de las plantas.