Hace 101 años se celebró por primera vez en el mundo el Día Internacional de la Mujer.
Cada 8 de marzo se recuerda la lucha de un grupo de mujeres que, en plena Revolución Industrial, protestaron para reivindicar sus derechos e igualdad con el hombre en la sociedad.
Esa batalla inspiró a muchas mujeres que, poco a poco, han ocupado espacios antes considerados exclusivamente para hombres. Ese es el caso de quienes dejaron de lado la idea de que una mujer debía quedarse en casa.
En Quito, cada vez son más las mujeres que se abren camino en espacios poco comunes para el género, como las fuerzas del orden. Un ejemplo es Pamela Solís, quien fue elegida como mejor policía por su trabajo en la Unidad de Policía Comunitaria del barrio Buenaventura, en el sur de Quito.
Susana Calderón, en cambio, es considerada por sus compañeros de largas jornadas como un ejemplo del trabajo de un agente de la Policía Metropolitana, en defensa del espacio público.
Estas mujeres no tienen miedo al peligro. Están orgullosas de lucir sus uniformes con dignidad y con responsabilidad. Aquí, el relato de sus historias.
55 Mujeres están registradas en la Policía Metropolitana. Ellas son parte de los 1 000 uniformados que trabajan en la institución. Una de sus funciones es el control del espacio público.
Susana Calderón controla la Plaza Grande
“No siento ninguna desventaja por ser mujer”.
Susana Calderón. Policía metropolitana
Jueves a las 09:30. En el patio del Municipio, frente a la Plaza Grande, en el Centro de Quito, alrededor de 50 agentes de la Policía Metropolitana (PM) forman en filas. En posición firmes escuchan órdenes de su inspector para la jornada de trabajo.
En una de las filas, compuestas en su mayoría por hombres, está una mujer delgada y de baja estatura. Su nombre es Susana Calderón. Ella es una de las 55 mujeres que forman parte de un grupo de 1 000 agentes que integran la Policía Metropolitana.
Calderón se sale de la formación y se dirige hacia el inspector. “Pido permiso para retirarme un momento”. La autorizan y se aparta de sus compañeros.
Esta mujer, de 33 años, es parte de la PM desde el 2002. La decisión de pertenecer a este grupo fue un asunto de convicción.
“Llevo en la sangre la vida policial. Mi papá fue sargento primero de la Policía Nacional y él, desde que tengo uso de razón, me encaminó por el servicio a la comunidad”, cuenta Calderón, sin perder su postura firme.
En la formación hay siete mujeres, incluyéndola. Cuenta que solo ella y otra chica están en la PM desde hace casi nueve años. Las restantes están en el curso de preselección, entrenándose para los operativos en las calles.
“Es un reto para las mujeres llegar a formar estas filas policiales. Con esto demostramos a la sociedad que somos capaces de cubrir los campos de acción en los cuales se desenvuelve el hombre”.
Después de algunas órdenes, los agentes rompen filas y salen a la calle. A las 10:30, Calderón se dirige a la Plaza Grande. Con su pito en mano empieza a caminar por el lugar. Mira hacia todos lados y está muy atenta.
“Uno de los mayores problemas es enfrentarme a las personas que liban en las calles. Algunas son groseras y creen que por ser mujer soy vulnerable. Una vez, un comerciante de escobas me agredió físicamente. Ahí tuve que pedir apoyo a los compañeros, pero no tengo lío en defenderme sola”.
Calderón admite que ser agente policial no es tarea fácil, pero lo hace con amor y obediencia.
Es soltera y aún guarda el recuerdo de cuando practicó el descenso del cabo comando. Una prueba exigente que le produjo temor. Tuvo el apoyo de sus compañeros y templó los nervios. Así conoció la amistad y aprendió a valorar la ayuda de los demás.
En la Plaza Grande, un turista miraba unos carteles sobre Quito Capital de la Cultura. Ella se acercó y le preguntó, en inglés, si necesitaba ayuda… y conversaron.
Pamela Solís se juega por Buenaventura
“La situación es dura para la mujer, pero hacemos la diferencia”.
Pamela de los Ángeles Solís. Policía
A Pamela Solís le gusta el riesgo.Aunque su padre quería que fuese bombero, ella siempre quiso ser policía. Ahora comparte con los cabos segundos Stalin Flores y Danny Suqinagua, el trabajo en la Unidad de Policía Comunitaria (UPC) de Buenaventura, en sur de Quito.
La mujer de 26 años salió de su natal Latacunga para formarse en Conocoto. El 1 de diciembre del 2010, casi cinco años después de graduarse, fue reconocida como la mejor policía. Solís agradece a Dios por el premio. “Es bonito, porque fui la primera mujer en ganar eso. Me decían que ya era hora de que una mujer saque el pecho por todas, pero son cosas que una hace sin esperar algo”.
Entre otras cosas, el premio que recibió Solís se debió a su solidaridad con un joven con discapacidad, quien vivía en condiciones deplorables. Con el apoyo de sus compañeros, gestionó en la Vicepresidencia la donación de una silla de ruedas para el muchacho y otras cosas para mejorar su calidad de vida.
El joven murió luego de dos meses, pero Pamela tiene la satisfacción de haberlo visto sonreír y vivir un poco mejor sus últimos días. “Tenía mamá y hermanos, pero cuando nosotros luchábamos por él, solo el papá nos acompañaba. Cuando se murió aparecieron los demás a llorar. Así es la vida, ya ve”, dice, con tristeza.
El cabo segundo Flores la describe como una mujer muy trabajadora. “Ella no le tiene miedo a nada, es bien arriesgada y en esta profesión se necesita eso”. Dice que han hecho un buen equipo.
Al cabo segundo Suquinagua, le llama la atención, sobre todo, el cariño que su compañera le tiene a Bruno, un perro callejero que adoptó. “Él es la vida de ella, si alguien le habla, le defiende a capa y espada”. Además, Suquinagua considera a su compañera como una mujer chévere y sociable.
Solís está orgullosa de llevar su uniforme, con responsabilidad. Es la cuarta de cinco hermanos y la única en la familia que optó por la vida policial. Dice que es “el borreguito negro de la casa”, porque los demás son periodistas.
En su generación se graduaron 348 mujeres. Unas 150 entraron a las UPC. “Fuimos las primeras. Antes las mandaban solo a servicio urbano. La mujer en la UPC era mal vista, pero creo que no es impedimento trabajar con hombres. Hay que entrarle a todo”.
Solís conoce bien Buenaventura y cree que es un barrio conflictivo, sobre todo por la violencia intrafamiliar y las riñas.
A ella no le importa intervenir, como lo hizo una vez al enfrentar a un hombre corpulento “que parecía de dos metros”. Ella sola lo calmó, en medio de una pelea de todos contra todos. “Así es este trabajo. A nosotros nadie nos asegura que regresaremos con bien”.