Otra mirada sobre la revolución de Quito

En el texto ‘Historia de Guayaquil’, sus autores Melvin Hoyos y Efrén Avilés dedican 39 de las 151 páginas (el 26%) al recuento de obras realizadas durante las alcaldías de León Febres Cordero y Jaime Nebot Saadi.

Por algo esa obra, que es auspiciada por el Municipio guayaquileño, se distribuye en forma gratuita especialmente al estudiantado de la ciudad. Pero, en cambio, se dedica a la Revolución de Quito de 1809 solo 10 líneas, con un total de 308 caracteres (con espacio).

En el texto se sostiene que la Revolución de Guayaquil que se realizó el 9 de octubre de 1820 fue la única y verdaderamente independentista y que solo gracias a los recursos guayaquileños fue posible la independencia de todo el país.

Se dice que incluso la Batalla del Pichincha que se dio el 24 de mayo de 1822 fue obra guayaquileña. Luego se dirá que Simón Bolívar, a quien se lo trata como “usurpador”, impuso la anexión de Guayaquil a la Gran Colombia.

En contraste con semejantes visiones de nuestra historia, acaba de obtener el segundo premio (el primero no fue adjudicado) en el Concurso Internacional sobre “Trascendencia Internacional del Gobierno Quiteño autónomo del 10 de Agosto de 1809” promovido por la Academia Nacional de Historia, escrita por ‘Mestizo Espejo’, seudónimo que empleó su autor, el investigador guayaquileño Willington Paredes Ramírez.

Paredes realiza el estudio de la Revolución de Quito del 10 de agosto de 1809, desde la perspectiva de las condiciones históricas que se desarrollaron en ese momento, la actuación de las élites quiteñas, la participación popular y el entramado en torno al poder en la Audiencia en aquellos momentos.

El autor además visualiza a dicha revolución como punto de partida de un proceso destinado a conseguir la libertad y como hecho trascendental ocurrido en toda Hispanoamérica.

Por ello, Paredes no tiene empacho alguno en reconocer lo siguiente: “El 10 de agosto de 1809, el 2 de agosto de 1810, el proceso revolucionario quiteño de 1810-1812, las victorias y derrotas, las razones y los objetivos, los legados y los valores de ese proyecto y proceso insurreccional, revolucionario e independentista.

Así como el espíritu de esa época y los ideales de esos hombres y mujeres que se atrevieron a cambiar el rumbo de la historia, se dieron para hacer mejor y más vivible la vida social y humana de todos los quiteños y ecuatorianos”.

Y en alusión directa a esas visiones regionalistas Paredes afirma: “Triste papel hacen y juegan aquellos ecuatorianos que llamándose “historiadores” (?) y “académicos” (?) confunden su “juicio” con el juicio de la historia sobre el proceso revolucionario que realizaron los patriotas quiteños, de diciembre de 1808, agosto de 1809, agosto de 1810 y los que se reunieron y plasmaron el primer texto constitucional que nos identifica con la nación quiteña cuya existencia define y precisa ese documento histórico”.

Bien que un autor guayaquileño vuelva a poner la historia sobre sus pies. Y valiente por hacerlo, si se toma en cuenta el totalitarismo intelectual y político que domina en su ciudad natal.

Con el autor hay que coincidir: “En el bicentenario de esa importante jornada libertaria de cuatro años (desde diciembre de 1808 hasta diciembre de 1812) debemos abandonar el discurso y la narrativa de la desvalorización y de la glorificación ciega y dogmática”.

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