La memoria de los próceres se opaca

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El lunes se conmemora el bicentenario 2 de Agosto de 1810. En esa fecha fueron masacrados 32 héroes de la Independencia. Entre ellos Manuel de Quiroga, Juan Salinas, José de Ascázubi y Juan Larrea.

En cuatro calles de la ciudad se inmortalizó el nombre de estos próceres. La José Ascázubi y la Manuel Quiroga (en la nomenclatura no consta la palabra de antes del apellido) son vías que registran poco movimiento. La primera está ubicada en el sur de la capital y es parte de una urbanización privada, mientras la segunda está en el sector de El Tejar, donde hay casas con fachadas desconchadas.

La Juan Salinas y Juan Larrea se ubican en el sector centro-norte, cerca del IESS. Para la historiadora Isabel Robalino, se deberían agrupar las calles de estos próceres en un solo sector. “De esta manera se haría reflexionar a los ciudadanos sobre la importancia de estos acontecimientos que marcaron la vida Republicana del país”.

Laura Quintero es de Guayaquil y ayer llegó a Quito para asistir a los actos que se realizarán el fin de semana, en honor a esta fiesta cívica. “Pensé que en un solo sector de la ciudad podría encontrar todos los recuerdos de esta fecha histórica”.

En opinión del historiador Juan Paz y Miño, es responsabilidad del Municipio el reordenamiento de estas calles, para darles un sentido histórico.

Para él, es importante agruparlas en un mismo lugar para generar un criterio de unidad y simbolismo. “El mejor sector sería San Roque, en el centro. La razón es que este barrio fue uno de los principales lugares donde se gestaron las ideas de los procesos de independencia”.

Mañana empiezan los actos previstos para la conmemoración. Desde la tarde, en las plazas del Centro Histórico se presentará una caravana de artistas.

Un lugar que ahora es privado

Para llegar a la calle José Ascázubi (sur) hay que pasar por un portón verde, ubicado a unos 50 metros de distancia de una caseta de madera. Allí permanece el guardia Ernesto Ibujes, de 35 años. Él lleva el control de todos los visitantes que ingresan a El Portón de Ascázubi.

La urbanización privada se encuentra ubicada en la calle Francisco Barba, que limita con la Cervecería Nacional y la parte de atrás del cuartel militar Chimborazo, en el suroccidente de la ciudad.

La urbanización tiene dos calles: la Azcázubi y la José Mendoza.

Ibujes no sabe que José Ascázubi fue uno de los próceres asesinados el 2 de Agosto de 1810. Para él, el apellido Ascázubi representa, desde hace seis meses, su lugar de trabajo, que comienza cada día a las 07:00 y termina a las 19:00.

Se encarga del cuidado de las 37 casas que tiene la urbanización, donde viven 400 personas, aproximadamente.

Diana Rodríguez es la presidenta del barrio. Ella vive con su familia en la calle José Ascázubi, desde hace 15 años. También desconoce sobre el héroe asesinado hace 200 años.

Sabe que hasta hace 25 años ese sector era una hacienda y que su propietario decidió lotizar. Desde hace un año, la calle José Mendoza, que tenía salida a la Gral. Alberto Enríquez, también fue cerrada.

Los moradores debieron comprar ese espacio al Municipio para volverlo privado, por seguridad.

Rodríguez recuerda que cada familia aportó con USD 200 para cancelar los USD 7 000 al Cabildo.

Desde entonces, El Portón de Ascázubi es un sitio apacible : calles tranquilas, donde los vecinos se organizan y los niños juegan en el parque de la urbanización.

Una vía con fachadas deslucidas

La calle Manuel Quiroga está ubicada en el Centro de Quito, cerca de los antiguos tanques de El Placer. La estrecha vía, de 3 metros de ancho, es de piedra basílica, que por el paso del tiempo se ha empezado a deteriorar. Las fachadas de las casas están desconchadas y hay grafitis. Se siente un ambiente bohemio.

Los vecinos cuentan que hace años, por esta calle transitaban los aguateros que bajaban desde los tanques al Centro. Ahora, hay poco movimiento. En la tarde del miércoles, cuatro niños jugaban fútbol.

Marcia Cevallos vive en la casa 295 y tiene 45 años. Viste una camiseta rosada y un jean azul. Su rostro proyecta una expresión de nostalgia cuando recuerda que hace 20 años los vecinos eran unidos.

“Por la amenaza de la delincuencia muchos vendieron sus propiedades. Mis amigos de infancia ya no están aquí”.

Ella vive en la casa que le heredaron sus padres. “Yo también moriré aquí”.

A pocos metros, Mateo, Juan Diego, Víctor y Cristian corren atrás de una maltrecha pelota. Ellos desconocen que esta vía lleva el nombre de uno de los próceres del 2 de Agosto.“No conozco quién será ese señor, solo sé que es la calle donde vivo”, dice Juan Diego mientras pelotea.

Al final de la calle no hay casas. La parte posterior del colegio Rafael Larrea da a la calzada. Cevallos empieza a bajar a El Tejar. “Me tengo que ir al Ipiales a comprar una botas para mi hija”.

En una de las esquinas de esta calle se acumulan las fundas de basura y los perros hurgan en busca de comida. Junto a los desperdicios pasa Cevallos, a paso apresurado. “Desde hace un mes, hay más desperdicios en las calles. Eso deteriora más la imagen de este sector”.

Por aquí merodean los ladrones

La calle Juan Salinas registra un gran movimiento de automóviles y personas.

En las siete cuadras que abarca esta vía, por la tarde, no hay un espacio vacío para parquear los automóviles. Ahí, los cables de luz que van de una vereda a otra se enredan como tallarines.

Hasta esta concurrida vía llegó el miércoles pasado José Pérez. Los vecinos lo conocen como ‘El manaba’. Viste un camuflaje militar, que algún día fue verde y ahora tiene un tono café.

Pérez cuida carros en el sector desde hace 15 años. “Uno de los problemas aquí es la delincuencia, pero me llevo con algunos ladrones y por eso respetan mi sector”, comenta entre risas.

A lo largo de la calle hay casas antiguas y modernas. Algunas son de estilo colonial, con balcones inhabilitados, por temor a la delincuencia. Uno de estos edificios es el Antiguo Palacio Municipal, en donde hoy funciona un concurrido restaurante. También hay 15 departamentos.

Mery Córdova trabaja en la peluquería Cristiely. Ella vive como en una cárcel. “Tengo la puerta cerrada por temor a ser asaltada. Solamente la abro para los conocidos”. Ella desconoce quién fue Salinas.

En las calles Salinas y Riofrío, donde los nombres de dos próceres se cruzan, se encuentra Edwin Moreira. Dentro de su local El Dorado Prevalece, vende trofeos.

Coincide con Córdova, en que uno de los problemas más graves es la delincuencia. Recuerda cómo hace dos días un ladrón estuvo a punto de ser linchado.

La prostitución ilegal también azota al este sector y se desarrolla de manera clandestina. Uno de los locales camuflados tiene un gran portón negro. De donde dos chicas salen con precaución.

Una conocida zona comercial

Cafeterías, tiendas, imprentas, papelerías, restaurantes, sastrerías y cibercafés son algunos de los locales que se encuentran a lo largo de la calle Juan Larrea.

Limita con el sector de Santa Prisca y con instituciones como el Consejo Provincial, el Colegio Nacional Mejía y la Escuela Municipal Eugenio Espejo.

La tranquilidad de la Juan Larrea atrapó a Mario Cabrera, hace 34 años. Desde entonces, reside y trabaja como sastre en este sector. Se siente orgulloso de que en su barrio haya calles con nombres de los próceres del 2 de Agosto de 1810.

Añora los tiempos en que su barrio era organizado, los vecinos eran unidos y la seguridad se la sentía mientras caminaba durante el día o la noche.

Ahora, dice que los tiempos han cambiado. Esta calle y el sector se llenaron de locales comerciales, de autos parqueados y hasta de burdeles. Eso motivó a la mayoría de moradores a vender sus casas y mudarse a otras zonas.

Desde su sastrería manifiesta que ahora cada vecino vive en su mundo y ya no son unidos. Muchos solo llegan a abrir sus negocios , a partir de las 08:30 y se van pasadas las 19:00.

Ese es el caso de Agustín Loya, quien trabaja en un local de estampados, desde hace tres años. Cada mañana llega a las 08:00 y se va no más allá de las 19:00. Comenta que el sector es inseguro, porque hasta su local llegan los clientes con la noticia de que les robaron en el camino.

Alicia Socasi, una tendera de 43 años, coincide con Loya. Ella ha visto robos frente a su local. El último, hace una semana, donde a un joven le rompieron hasta el pantalón por quitarle el celular. Esas son imágenes cotidianas.

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