me gusta orar en el centro

Al despertar, desde mi ventana puedo ver los volcanes, las montañas y el sol anaranjado difuminando su luz. Entonces, decido si para mí será un día frío o caliente. Para salir a pasear nada mejor que una vuelta por el Centro Histórico. Disfruto porque puedo apreciar el entorno inmediato: la gente apresurada, las casas patrimoniales y las plazas. Pero al mismo tiempo, el paisaje mediato: el Itchimbía, el Panecillo, la fachada de piedra de la iglesia contrastando con el azul del cielo de las 08:00.Allí me acuerdo de orar, esa es en una forma de conversar con mi Creador. Luego doy gracias por todo lo que tengo, de lo afortunada que soy al ser parte de esta hermosa e inconfundible ciudad. Aquí está la gente de siempre, la señora sin brazos que pide limosna con la ayuda de su pequeña hija, el señor que vende las flores los viernes y algunos lunes. También el guardia de la esquina que está barriendo la grada. Me siento parte de todos ellos. Pienso que ellos me ven con la misma familiaridad, y no entendería mí día a día en otro sitio, porque soy una enamorada de Quito.Hoy recuerdo que cuando era niña todos nos conocíamos, los chicos hacíamos fogatas, montábamos bicicleta, jugábamos en la calle, cómo no recordarlo si todas estas vivencias me ayudaron a crecer, no solo físicamente, también en amor a mi prójimo. No nací en esta ciudad, pero la quiero como si fuese mía, por ella trabajo. Aquí me enamoré, aquí crecieron mis hijas, a ellas quiero heredarles una ciudad amigable, segura, limpia, tolerante, incluyente, accesible, solidaria, eficiente, próspera...

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