Mashpi, el nuevo rincón protegido de Quito

El río Mashpi.    Los moradores del lugar utilizan las  aguas para el consumo. Los niños se recrean y bañan en esas aguas.

El río Mashpi. Los moradores del lugar utilizan las aguas para el consumo. Los niños se recrean y bañan en esas aguas.

Mashpi es un pequeño caserío, de 70 familias, que está asentado en el corazón de la nueva reserva natural protegida del Distrito Metropolitano de Quito, conocida como Mashpi, Guaycuyacu y Saguangal.

[[OBJECT]]Desde la parroquia Pacto, a 120 km al noroccidente de Quito, se adentra a las 17 156 hectáreas de bosques tropicales, que son el hábitat de más de 400 especies de plantas y animales.

Entre ellas, la tres clases de monos: araña, capuccino y aullador.

Un camino estrecho y de tierra conduce a la comunidad, el trayecto toma una hora y media en carro. Se pasa por cascadas y riachuelos que atraviesan la vía. No hay puentes. Cuando no llueve, los carros transitan sin problema. El paisaje es verdoso, al horizonte se divisan frondosos árboles y se escucha el trinar de las aves.

Mashpi es el último remanente de bosques pluviales de la zona del Chocó, una de las áreas más biodiversas a escala mundial.

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Esta fue una de las razones por las cuales el Concejo Metropolitano, a través de Ordenanza, la declaró el pasado 26 de mayo como área protegida. La existencia de vestigios arqueológicos del pueblo de los Yumbos y la conservación de las microcuencas de los ríos Mashpi, Guaycuyacu, Chalpi y Sahuangal sustentaron la decisión. La iniciativa nació en las comunidades nativas.

En Mashpi, las casas son de madera y techos de zinc. Los habitantes viven del cultivo de yuca, maíz y plátano. También de la ganadería. Todos usan botas de caucho y llevan machete en mano. El clima es cálido y húmedo. La zona está a 560 metros sobre el nivel del mar. En la tarde, por lo general, llueve.

Los nativos utilizan las plantas de camacho, grandes que reverdecen por todas partes, para protegerse del agua.

Las orquídeas rojas, blancas y amarillas florecen entre los inmensos árboles. Allí revolotean mariposas y vuelan inquietos colibríes, ave insignia de la zona.

Los ríos aún son cristalinos y caudalosos, propicios para practicar el rafting. En los recodos se han formado pequeñas piscinas naturales, donde las personas pueden nadar. También hay una amplia planicie flanqueada de naturaleza exuberante, apta para acampar en familia. No hay hoteles, pero Juan Carlos Tello ofrece su casa para los visitantes.

La aspiración de los comuneros es concretar proyectos de turismo ecológico. La propuesta es crear un sendero desde Mashpi hasta Pashijal, una caminata de ocho horas por el bosque. Quienes sean parte de esta aventura se encontrarán con la guatusa, el sahino, pavas de monte y ardillas.

Elio Aguirre ya vive 15 años en Mashpi y sabe que a cada paso, en el bosque, se encuentra a una infinidad animales silvestres, insectos y plantas exóticas.

Desde las orillas se puede observar cómo los peces se deslizan por las aguas del río Mashpi. Los comuneros cazan la guaña y la sabatela para el autoconsumo.

Por los caminos de tierra, los vecinos se movilizan a lomo de burro. Es el medio de transporte más común en la zona. Se aspira aire fresco y el trinar de las aves se asemeja a una sinfonía, hasta la tarde. En algunos lugares, la niebla impide apreciar el paisaje en su magnitud, en otros, el azul del cielo parece unirse con los árboles.

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