Para la mujer es un reto dividir su tiempo entre los hijos y el trabajo. Más aún cuando se trata de una profesión riesgosa.
Dos ejemplos son las historias de Andrea Chimbo, una paramédica de 22 años y madre soltera de Nicolás, de un año. Ella se las arregla para no descuidar su responsabilidad en la Cruz Roja y su deber con la crianza de su hijo.
Rosa Narváez tiene 28 años y es bombera hace siete. Ella es madre de Eduardo (8 años) y de Estefanía (2). La mujer organiza su tiempo para compartir con sus hijos y para ganar dinero para la manutención de su familia.
Las dos mujeres cuentan su historia, sus experiencias, dificultades, logros, alegrías y tristezas. Relatan cómo han logrado dividir su tiempo y hacer para que lo uno no interfiera con lo otro. Están acostumbradas a llevar un ritmo de vida intenso, en armonía y orden.
Las dos coinciden en que sus hijos son lo que les impulsa para no decaer y seguir adelante con sus deberes de madre y su trabajo. Ambas se sienten orgullosas por hacer algo que no todas pueden.
Hoy, ellas trabajarán, pero se buscarán tiempo para compartir con sus hijos. Para las dos, ser madre es lo más maravilloso de la vida, porque tienen a alguien por quién vivir. Reconocen que el nacimiento de sus hijos les cambió la forma de ver la vida.
Andrea Chimbo
Su hijo la acompaña a trabajar
Paramédica
Junto a una de las ambulancias, en el parqueadero del Instituto de la Cruz Roja, en el norte de la ciudad, está atenta a cualquier llamado de emergencia. Es Andrea Chimbo, de 22 años. En sus brazos carga a Nicolás, su hijo
de un año.
Viste un pantalón negro, una camiseta azul y un chaleco blanco con la leyenda: Cruz Roja Ecuatoriana. Ella es asistente paramédica, instructora de primeros auxilios y asistente de coordinación académica de la entidad. Hace poco rindió unas pruebas para ingresar al equipo de rescate. El nacimiento de Nicolás cambió su vida. Cuando había una emergencia, no esperaba a que la ambulancia se detuviera para bajarse, lo hacía al vuelo.
“No pensaba en mi vida, lo importante para mí era ayudar a los demás, y eso era el punto de todo”. Ahora, antes que nada, piensa en su hijo, es más cuidadosa, medita sobre los riesgos y en lo que podría sucederle. “Pienso en que mi hijo me está esperando en casa y en que depende de mí”.
Mientras Chimbo cuenta una parte de la historia de su vida, Nicolás gatea por el parqueadero, el guardia lo levanta y se lo lleva. “Todos aquí lo quieren, además, él es muy amigable”. Su hijo se ha criado con las personas del instituto, pues desde los 15 días de nacido su madre lo llevó al trabajo.
Ella es de Guaranda y vive en Quito solo con su pequeño desde hace dos años. Sabe que ser madre y trabajar en la Cruz Roja es duro, “en especial cuando se está sola”, dice, y solloza.
Gracias a la ayuda que le han dado sus compañeros ha podido seguir estudiando, trabajar y estar con su hijo. Tiene beca y sus estudio de paramédico es intenso.
Ha tenido que buscar estrategias para complementar los d
os mundos. Reconoce que es difícil, pero no imposible. Lo más duro es dejar a su hijo en el instituto, cuando sale en la ambulancia a atender alguna emergencia.
“Algún momento llegué a pensar en que tenía que salir de esta profesión porque no le daba suficiente tiempo a mi niño, pero me di cuenta que no es así”.
Ella trabaja en la Cruz Roja de lunes a viernes, de 11:00 a 20:00. Desde hace un mes, su hijo va a la guardería y a las 16:00 lo retira y lo lleva a trabajar hasta el fin de la jornada.
A Nicolás lo llaman ‘el pequeño cruzrojista’, ya que pasa muchas horas ahí y en algunas ocasiones lo han puesto de víctima para las prácticas de primeros auxilios. “Lo hemos empaquetado e inmovilizado para demostrar cómo hay que tratar a un herido”.
El guardia trae de regreso a Nicolás, quien come un mango verde. Se lo entrega a Chimbo, lo sienta en sus piernas y sigue con su historia. Dice que tener un bebé es duro, pero eso la ayudó a asentar los pies en la tierra. Su hijo le ha dado fuerzas para seguir adelante y no doblegarse.
“Me siento especial porque no todas las mujeres pueden hacer estas cosas, no todas son capaces de combinar los dos mundos”. Su familia la considera una heroína y es muy admirada.
Rosa Narváez
Es una niña más con sus hijos
Bombera
Rosa Narváez tiene 28 años, es bombera hace siete y es madre de Eduardo (8 años) y Estefanía (2). Ella trabaja en la Estación de Bomberos X13 del Parque Metropolitano.
Cuando nació su primer hijo, no era bombera. El cambio fue muy difícil porque estaba acostumbrada a pasar con él todo el tiempo. Los turnos de los bomberos son de 24 horas seguidas de trabajo y 48 horas de descanso. “De estar todos los días con mi hijo, pasé a estar sin él un día completo”, dice con tristeza. Cuando estaba embarazada de su hija Estefanía, no dejó de trabajar. Reconoce que fue una etapa difícil, pero sus compañeros la apoyaron. El momento más duro fue regresar al trabajo después de dar a luz.
Sus primeros días de regreso a la institución no podía concentrarse. Pensaba constantemente en su hija recién nacida y en los entrenamientos, parecía que hacía por primera vez muchas actividades de socorrismo.
Ahora, su esposo, que era bombero y entiende del oficio, se encarga del cuidado de los niños. Sus hijos son más apegados a él. “Es duro, pero sé la responsabilidad que tengo con mi trabajo”, asegura, mirando al piso. Se siente orgullosa de ser dos cosas grandes: bombera y madre.
La idea es organizar bien los tiempos y ensibilizar a los hijos de lo que ella hace, ir formándolos. Y eso lo ha logrado explicándoles que un día no los va a ver y que los días que tiene libre son solo para ellos.
Cuando está con sus hijos es una niña más. Juegan, miran películas, salen al parque. “Cuando tengo que ser madre lo soy al 100%, igual en mi trabajo, soy bombera al 100%”.
Cuando habla de ellos, sus ojos se iluminan y sonríe. Su hijo habla de ella con orgullo y se siente feliz por su trabajo. “Ellos me dan todas las ganas de salir adelante en mi carrera, por más difícil y sacrificada que sea”.
Lo más duro de su profesión es estar de guardia y pensar en que algo les podría suceder a sus hijos y no estar allí para abrazarlos y ayudarlos.
Cuando sale a una emergencia, reacciona rápido y solo cuando regresa se pone a pensar en los riesgos que corrió y en lo que pudo pasar. En ese instante se pregunta, una y otra vez, ¿si me pasa algo, cómo quedan ellos?
Hasta ahora no tiene claras las respuestas, mejor se aferra a seguir trabajando y a pensar en que cuando pasen las horas regresará a casa y allí estarán los niños.
A pesar de los miedos, le gusta su profesión. Se siente orgullosa de ayudar a la comunidad y le produce alegría saber que sus hijos la apoyan y están orgullosos de ella y de su trabajo.
“Mi hijo cuenta que yo apago fuegos y rescato a gente. Soy algo así como un ídolo para ellos”.
Cada vez que sale a atender las emergencias relaciona la realidad de ese momento con su vida familiar. Si ve que un niño está en apuros, piensa en que podría ser el suyo y se entrega con cuerpo y alma a su labor. Se muestra tranquila y habla pausado, cuando cuenta las historias de sus hijos, sonríe y proyecta felicidad. Sus dos niños son su mundo y no deja de mencionarlos.