Este 6 de diciembre, con el desfile nocturno en la av. Amazonas y un acto formal, la sesión solemne del Municipio de Quito, se cierran las festividades de la ciudad. Ese acto, según Gonzalo Ortiz, se realiza desde los años 40, cuando Jacinto Jijón y Caamaño asumió como primer alcalde.
La conmemoración evoca la fundación española, en 1534. Ortiz refiere que en los años 90 Rafael Quinteros, en su calidad de edil, planteó en el Concejo Metropolitano celebrar el 1 de diciembre, como el día de la resistencia indígena y la interculturalidad. Quizás, esta fue la mecha de inicio para que las nuevas generaciones pongan en debate qué celebrar: ¿la fundación española o la resistencia indígena?
Entre los 450 actos programados para estas fiestas (que según el Municipio han convocado a alrededor de 600 000 personas) uno de ellos es el llamado rito urbano de resistencia Rockmiñahui. Se realiza desde hace 15 años y busca resaltar el nombre del guerrero inca Rumiñahui, como uno de los defensores de la ciudad hasta el día de la conquista española.
El cronista de la ciudad Juan Paz y Miño sostiene que la fiesta merece una renovada orientación social y cultural, por ser una época en la cual los habitantes integran su identidad con la ciudad desde múltiples vivencias. Él resalta que actualmente se valoran las multifacéticas expresiones de su convivir cosmopolita, así como se recuerdan los orígenes ancestrales y el proceso de conquista ibérica.
Asegura que el 6 de diciembre no se instituyó la ciudad. “Quito fue fundada por Diego de Almagro el 28 de Agosto de 1534. Sebastián de Benalcázar posesionó a las autoridades para registrar a los primeros 204 vecinos y se trazó la ciudad, teniendo como referencia el Centro Histórico”.
En cuanto al inicio de la fiesta, Ortiz y Paz y Miño concuerdan en que se convirtió en costumbre desde 1960. Ese año se inauguró la Plaza de Toros Quito. Desde entonces, la Feria Jesús del Gran Poder se realizó, hasta diciembre del año pasado, en estas fechas.
Este 15 de noviembre, la empresa Citotusa anunció la suspensión de la feria del 2012. Para taurinos como la concejala Macarena Valarezo la disposición fue un perjuicio para los aficionados y para la actividad económica. Una corrida convocaba a 15 000 aficionados a la fiesta brava, dice.
De su lado, Felipe Ogaz, dirigente de la Organización Diabluma, cree que la suspensión fue un acierto y un logro. Según él, esta fiesta formaba parte de una incoherencia. “No hay ciudad en el mundo que festeje el día en el que saquearon su casa”. Él junto a otros jóvenes realizan desde hace 10 años el Festival de Música Urbana Quitu Raymi.
Este programa, según el dirigente, es un proceso de cuestionamiento a las fiestas que celebran la fundación, que busca evidenciar la historia de esta ciudad, que según él, es milenaria.
Según Diabluma, al Quitu Raymi asisten 6 000 personas, que además de disfrutar la música urbana, concuerdan en que se debe celebrar la resistencia del pueblo de Quito a la llegada de la conquista española.
Ortiz plantea una salida menos ortodoxa. Quito como pocas ciudades en el mundo es una urbe intercultural, dice, “que vivió un momento preincásico, incásico, español y republicano, que concluyó en un mestizaje”.
Para Diego Velasco Andrade, arquitecto y profesor universitario, la fiesta nos debe unir, más no crear separaciones o extremismos. Él asegura que “Quito es una ciudad milenaria, por los vestigios que se han encontrado en este territorio. El día del Ecuador, más no el de Quito, debe ser el 20 de marzo, día del equinoccio e inicio del fuego nuevo”.
Para él, los quiteños deberían recurrir a sus matrices, buscar los frutos, teniendo en cuenta las ramas y las raíces. El 6 de diciembre, el 1 de diciembre y el 28 de agosto se deben recordar como fechas históricas, mas no festivas, indica.
La sociedad quiteña es un pueblo mestizo, coinciden. Para Velasco, Quito es tierra sagrada; para Ogaz, el reto es aprender a vivir en la diferencia. Ortiz enfatiza en Quito fue la ciudad más poblada y preferida por los españoles en la época colonial y el Cronista de la Ciudad sostiene que la fiesta no puede agotarse en la exaltación de un hecho de conquista.
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