El techo se está desmoronando y una cinta de peligro advierte sobre los daños en la lavandería municipal de La Magdalena. Por 60 años, la estructura ha recibido a los vecinos de la parroquia. En el sur hay seis y en el Centro, siete.
12 piedras de La Magdalena han visto pasar a moradores de Chilibulo y hasta de La Mena. Sin embargo, por el daño que tiene la estructura, está habilitado solo un sector del lugar.
La lavandería está al filo de lo que fue la quebrada de Los Chochos, cuenta Germán Báez, quien ha vivido en el barrio desde hace 42 años. “Las casas no tenían agua, así que toda la gente se reunía en la lavandería”. Esa realidad no está distante. En las mañanas, aún hay mujeres que hacen cola fuera de las instalaciones.
Rosa Guerra, de 70 años, es una de ellas. Desde hace 40 años, está en el oficio de lavar lo ajeno. Desde hace más de un año que el techo se está cayendo, dice la mujer. Mientras, cuenta que una persona del Municipio les abre las instalaciones de 08:00 a 16:00. Ella cobra USD 1,50 la docena. Para ganar USD 10, lava ropa dos días.
Según indicaron en la Administración Eloy Alfaro, se analiza el tema de la estructura, para determinar acciones.
En Santa Rita, con una tina sobre una carretilla, llega Lorena Sulcán, una joven de 20 años que, dos veces por semana, va hasta la lavandería pública de la calle Chilla para lavar la ropa de seis miembros de su familia.
Un letrero indica que se vende jabón, detergente y cloro. Donde no faltan las conversaciones de “vea vecina sí supo”.
Sulcán cuenta que vive en una casa rentera, donde comparte un medidor de agua con cinco familias. “A veces no tenemos para pagar la cuota del agua, por eso preferimos venir a la lavandería. Aquí, pagamos USD 1 y podemos lavar toda la semana”. 20 piedras de lavar son utilizadas desde las 06:00 a 18:00.
En La Marín, antes de las 06:00, se abren las puertas de la Lavandería de los Milagros, donde Elvira Torres cuida las instalaciones.
Allí algunas mujeres lavan con cepillo y otras una especie de paleta de madera.
Las lavanderías públicas surgieron desde la época liberal, explica Juan Paz y Miño, cronista de la ciudad. Eran parte de la idea de salubridad. Si bien había tuberías en los barrios, las casas no contaban con el servicio, sino con grifos en las esquinas.
Desde la década del 60, en Quito se empieza a proveer de agua a las viviendas, lo que, junto con la tecnología, va limando el uso de los lavaderos. Como dice Paz y Miño, las personas participaban en comunidad, una actividad que permitía saber la vida del barrio y de la ciudad.