La mirada perdida y la mano derecha sobre la barbilla denotan preocupación en Simón Bolívar. El mariscal Antonio José de Sucre, un poco más alto, lo mira fijamente, esperando alguna reacción. Tiene el cabello desordenado, como si acabara de llegar de un largo y tortuoso viaje. Sobre el escritorio de Bolívar hay libros, mapas, documentos, un par de tinteros y un sello de madera. Los dos soldados visten trajes militares, con adornos bordados en hilo de oro y llevan sus sables envainados a un costado.Esta y otras escenas, que recrean importantes acontecimientos históricos en el Museo Alberto Mena Caamaño, fue el resultado de un intenso trabajo de historiadores, diseñadores, museógrafos, carpinteros, estilistas, costureras y artistas.En 1975, Fernando Dueñas vino de su natal Pasto para estudiar en Quito. Un año propedéutico en la Politécnica Nacional le bastó para saber que su destino no iba por ese camino. Con su habilidad para el di-bujo consiguió trabajo en una empresa de arquitectura. Ahí, mientras aprendía a hacer maquetas, descubrió que tenía un talento creativo. Sin saber con exactitud de qué se trataba, en 1992 ingresó al Departamento de Museología del Centro Cultural Metropolitano. Con su experiencia y creatividad se ganó un puesto en el equipo de restauración. Con él laboran Patricio Rueda y Eduardo Maldonado.Ellos trabajan en el tercer piso del Centro Cultural Metropolitano. Ahí, los brazos articulados en madera, el tórax y piernas armadas en yeso y tela, y las cabezas y manos modeladas en cera se amontonan sobre una mesa. En total, 12 nuevos personajes históricos se sumaron a los que componen la escena de la masacre del 2 de Agosto de 1810, que se exhibe desde 1970. Graduado en la Universidad Central, en 1990, Patricio Rueda es especialista en escultura y cerámica. Luego de trabajar en matricería (diseño y creación de moldes), carpintería y como auxiliar de restauración, ingresó al Municipio en 1994. En el taller de restauración, Rueda explica que los cuadros, ilustraciones y narraciones históricas son la base para la creación de imágenes. “Para fabricar los moldes de las cabezas y de las manos, muchas veces salimos a la calle a buscar gente que tenga algún parecido a los personajes históricos”. Con paciencia y cuidado, los restauradores van montando una a una las piezas de un complejo rompecabezas humano. En cuestión de horas, Simón Bolívar y Antonio José de Sucre esperan junto a la ventana para ser trasladados a una de las salas del museo de cera.La vestimenta de los militares luce desaliñada y su cabello necesita un retoque. Hasta el despacho del Libertador llega la modista Dolores Lara. ‘Loli’, como la conocen sus clientes, lleva más de 45 años en la confección de prendas de vestir. Trabaja en su taller, en el sector de el Aeropuerto. Los vestidos de novia y los trajes de fiesta son su especialidad. Pero cuando le pidieron que confeccionara un traje de corte colonial para vestir a Eugenio Espejo, ella no dudó. Como si se tratase de un cliente regular, Lara cuida todos los detalles en cada prenda. “La ventaja es que estos clientes no engordan, conservan la figura”. Con una cinta métrica alrededor de su cuello, ella misma se encarga de vestirlos. Su trabajo no fue fácil. Confeccionó 13 trajes en tres semanas.Con la presión del tiempo encima, Lara no se percató que repitió uno de los trajes. “Fue el de José Mejía Lequerica. En todo caso, mejor que sobre antes que falte”. La hija de Lara, María Dolores, donó su cabello, que ahora está en la cabellera del mariscal Antonio José de Sucre. Los moños, trenzas, patillas y otros estilos son retocados por Amanda Tul. Ella es estilista de tercera generación. Por su salón, en la plaza comercial del Palacio Arzobispal, han pasado figuras políticas como la ex vicealcaldesa Margarita Carranco y la actual concejala María Sol Corral. En el museo, cada personaje recibe tratamientos cosméticos que conservan su textura y brillo. Su toque personal resalta en algunos personajes. “Me llamó la atención la visión masculina en los retratos de algunas mujeres de la época”.