Solo heridos dejaron de combatir al fuego

El Cuerpo de Bomberos condecoró a varios de sus miembros, luego de que resultaran heridos en los últimos incendios forestale del verano pasado. Foto: Paúl Rivas / EL COMERCIO

El Cuerpo de Bomberos condecoró a varios de sus miembros, luego de que resultaran heridos en los últimos incendios forestale del verano pasado. Foto: Paúl Rivas / EL COMERCIO

El tabique roto, una fuerte descarga eléctrica que aún tiene secuelas, la herida en una pierna por un machetazo, una fractura por un golpe y la fisura en las costillas por una caída en una quebrada del cerro del Ilaló son algunas de las lesiones que dejó el combate contra el fuego a cinco bomberos que participaron en la emergencia forestal del pasado verano en el Distrito Metropolitano.

Aún con reposo médico y con dificultad para respirar por una fosa nasal, la bombera Teresa Cela, quien al sostener la válvula de una de las mangueras y no percatarse de la fuerza con la que salió el agua, se fracturó el tabique, muestra orgullosa fotos de cuando recibió su traje de camuflaje.

“Ese es el momento más significativo de un bombero, el uniforme se lo gana con esfuerzo, después de una noche de campamento en la cima de una montaña, donde se recibe la instrucción”, recuerda.

Mientras ojea las cerca de 150 fotografías guardadas en un pequeño álbum, comenta que el día del accidente acudió a una llamada de emergencia en el sector de Puembo, en San Luis, donde se ubica la fábrica de Pronaca.

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Al ver la acelerada propagación del fuego, Cela pidió que aumentaran la potencia del agua desde el tanquero. Cuando el líquido salió, la presión hizo que se golpeara el rostro con la válvula. “El casco y las gafas me protegieron. Subí hasta la autobomba y pedí una ambulancia”.

En sus ocho años de servicio, este fue el primer accidente que le ocurrió. La mujer, de 33 años, mantiene en su pequeño dormitorio las imágenes de un Cristo de madera y de la Virgen. Ella acostumbra a prender una vela junto a las imágenes y les encomienda su vida y la salud de sus familiares.

Según datos del Cuerpo de Bomberos, en los meses de julio y agosto llegaban a 38 las llamadas diarias de emergencia por incendios forestales. Esto hizo que algunos bomberos doblaran su turno. Entre ellos, Cela y el subteniente Aníbal Ramírez, de la estación de la ciudadela Atahualpa.

“Desde una de las torres de observación se dio la alerta de una columna de humo en El Panecillo. Acudimos con un tanquero. El humo no me permitió ver y caí en una alcantarilla sin tapa”, cuenta Ramírez.

El golpe por la caída hizo que se fracturara la pierna derecha. Ramírez recuerda que sus compañeros lo ayudaron a salir del hueco y que su pierna no respondía. “Mi extremidad aguantó todo el peso de mi cuerpo, no podía caminar y el humo me impedía respirar con normalidad”.

A las 10:00 del pasado jueves, Ramírez llamó a formar a su compañeros. En las filas de la estación hay otros dos bomberos que se accidentaron durante la emergencia. Vestida con el uniforme de camuflaje y con un moño en el cabello, formaba la bombera de 30 años, Liliana Guamán. Junto con dos compañeros del Puyo y Manta fue la encargada de sofocar un incendio en el sector de Palmira, en Lloa. Relata que para controlar las llamas caminaron cerca de una hora y media. “La vegetación era muy espesa y nos abríamos camino con un machete”.

La desesperación por llegar hasta el origen del fuego y la falta de visibilidad hizo que la bombero, sin darse cuenta, se diera un machetazo en la pierna. “ La adrenalina amortiguó mi dolor, me percaté porque sentía mojada mi pierna. Era sangre.

En ese momento, sus compañeros le aplicaron un torniquete y pidieron ayuda. “Bajé en un caballo y fui trasladada al hospital, dice la mujer, mientras camina hacia su dormitorio y se encuentra en las escalinatas con Carlos Guaytamilla. “Hola Carlitos, ya está mejor”, le pregunta con cordialidad. El bombero contesta: “Sí, gracias”.

Él recibió una descarga eléctrica durante el cumplimiento de su labor. El pasado lunes se reintegró al trabajo.

Sentado en una silla junto a su cama, en la estación de bomberos, recuerda que no sintió dolor alguno cuando se electrocutó.

“Caminé, me desmayé y cuando me desperté estaba en el hospital”. Sin embargo, las secuelas de su accidente se empezaron a sentir días después. La membrana que recubre sus pulmones fue afectada. Los médicos le indicaron que debe tomar medicinas durante un año hasta que sus órganos se recuperen.

El accidente ocurrió en el sector de Guangopolo. Ahí, los postes de luz son de madera, se quemaron y cayeron al suelo junto con los cables de alta tensión.

En otro sector de la ciudad, en Guamaní, se encuentra el bombero Jaime Cobos. Él pertenece al grupo de bomberos motorizados del Distrito. Mientras acudía a una llamada de alerta en el sector del Ilaló, el humo y la irregularidad del terreno hicieron que cayera de su moto. “Quedé inconsciente y me rompí tres costillas. Esto impidió que siguiera con mi trabajo hasta hace dos semanas”.

Aunque no todos los bomberos se conocen. Al preguntarles su motivación para enfrentarse a las emergencias que su profesión les exige, todos coincidieron en que la vocación de salvar vidas y recibir la gratificación de una sonrisa y un Dios le pague es la fuerza que los empuja. Cuando recuerdan sus experiencias, es inevitable guardarse las lágrimas y quebrar la voz. Todos dan gracias a la vida, a su familia y a los santos de su devoción por mantenerlos con vida y ayudar para que una vida no se extinga por causa del fuego.

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