Él fotografía la ciudad desde los colores de la oscuridad

En la Casa de la Cultura.  Javier Alejandro calcula la distancia  con su bastón para hacer una fotografía de las plantas.

En la Casa de la Cultura. Javier Alejandro calcula la distancia con su bastón para hacer una fotografía de las plantas.

Que no pueda ver los colores del mundo, no lo limita a imaginarlo. Convirtió su deficiencia visual en una posibilidad de retratar la vida que sus ojos no ven. Con su cámara digital y su bastón va adivinando las formas de una flor o la silueta de una iglesia. Es Jesús Javier Serrano, más conocido en el mundo artístico como Javier Alejandro, un fotógrafo ciego.

Su historia empieza donde la de otros termina: en la depresión de perder el sentido de la vista para siempre. Hace 17 años, el consumo excesivo de alcohol, de cigarrillos y un amor tormentoso, conspiraron para que el nervio óptico de sus ojos se infectara y perdiera la vista para siempre.

Javier Alejandro camina despacio. Su mano derecha toma el bastón, al que lo llama moto ‘Kawasaki’. “No hay que decirle bastón porque se reciente y me hace tropezar”, dice en voz baja, mientras suelta una sonrisa al cielo.

Una fría brisa golpea su rostro, suspira y baja las escaleras de la entrada principal de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Se dirige a uno de los jardines y señala que va a hacer una fotografía del busto de Óscar Vargas Romero, ex director del Coro de la CCE.

Parado frente al monumento, mientras acomoda su “moto”, cuenta que nació artista y desde que tenía uso de razón se dedicó a la pintura y al dibujo. En la escuela hacía esculturas de tiza, tallándolas con agujas.

Con sus manos toca la forma de la cabeza de la estatua de bronce. Luego invita a ‘Kawasaki’ a participar en la toma. Mide con su bastón la distancia entre él y la estatua. “Son 2 metros”, dice.

Otra vez calcula el ángulo con el que quiere que se vea la foto. Se agacha y lanza un flash. Su intención es demostrar a la gente que las discapacidades físicas no son un impedimento para cumplir sueños, para trabajar.

Cuando se levanta se queda en silencio por pocos segundos. Luego gira hacia todos lados y con mucha seguridad asegura que “la única discapacidad que nos impide alcanzar los sueños es la discapacidad de la voluntad”.

Derribando todo pronóstico se levantó de las sombras en la que habitaba. A pesar de que no puede ver nada, comenta que la luz llegó a su vida con su obra ‘Los colores de la oscuridad’, como denominó a una decena de fotos que tomó en la ciudad y que fueron presentadas en algunas exhibiciones de universidades, como en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso).

Empieza a llover. Se despide. El maestro lleva sus cuadros envueltos en una funda negra. En la otra, a su amigo inseparable. Se pierde entre las paredes del edificio. En cada paso demuestra que las imágenes de la vida no son exclusivas de quienes las ven, sino de quién se arriesga a imaginarlas.

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