No hubo excusas. Ni la falta de dinero, o de oportunidades pudieron detenerlas. Las quiteñas emprendedoras decidieron dejar a un lado la queja y demostrar que es posible construir una ciudad con trabajo y creatividad. Ahora tienen su negocio propio y consiguieron mejorar su calidad de vida. Es su forma de darle batalla al desempleo.
En Quito, según el último censo del INEC (2010), existen 16 757 establecimientos económicos pequeños en los que trabajan de 1 a 9 personas. En 1981 existían apenas 209.
Los casos
En Puertas del Sol, en el nororiente de la ciudad, las mujeres son bien fajadas. Además de amas de casa, madres y esposas, son microempresarias.
En el sector viven cerca de 300 familias. De ellas, casi el 25%, según Elsa Olmedo, líder de la zona, decidieron clasificar los desechos y volverlos abono para trabajar la tierra. En los patios traseros de sus viviendas hoy funciona su negocio: siembran, cosechan, consumen lo que producen y el resto lo venden.
Es la tarde del lunes y en el invernadero de un grupo de ocho vecinas se siente el calor del sol mañanero. Ellas limpian los sembradíos. Hay tomate, pimiento, col, acelga, cebolla…
En casa de Elsa viven siete personas. Todos los días separan en un balde la basura orgánica. Luego, cavan una zanja en la tierra de un metro de ancho y 30 cm de fondo, colocan allí los desperdicios y las heces de los pollos y ponen una capa de tierra, hasta que se forme una especie de cama. Allí siembran.
Desde que empezaron a realizar esta actividad, hace casi dos años, ya no compra hierbas en el mercado. Elsa asegura que cada mes ahorra al menos USD 30. Hace tres meses cosecharon 250 kilos de tomate. Lo vendieron a sus vecinos a USD 1,50 el kilo. El dinero que las mujeres han ganado de la venta del resto del producto, lo están capitalizando para ampliar el invernadero que ellas, con sus propias manos, construyeron.
Cada 15 días las visita un especialista de Conquito, una entidad municipal que se dedica a la promoción económica de la ciudad, para asesorarlas.
Javier Albuja, coordinador de emprendimiento y desarrollo empresarial de la entidad, cuenta que en los últimos dos años y medio un promedio de 1500 personas han sido asistidas y capacitadas en distintos programas. Estos emprendedores están distribuidos en toda la ciudad, sobre todo en lugares como Quitumbe, El Beaterio, Pomasqui, Calderón y en las parroquias rurales.
Albuja sostiene que hay varias instituciones que apoyan el emprendimiento. En las universidades hay ‘preincubadoras’ que asesoran a sus estudiantes. Mipro, el Instituto de Economía, son otras.
También hay quienes independientemente decidieron emprender un proyecto. En San Juan Loma Bajo de Llano Grande, 12 mujeres encontraron la forma de ayudarse económicamente. Guadalupe Lomas, líder del barrio, cuenta que formaron un sistema de caja común. Cada una de las mujeres aporta USD 12 al mes y cada mes, una de ellas recibe USD 100. Ese dinero lo invierte en criar pollos, conejos, chanchos o trabajar la tierra. “Un poco de dinero lo guardamos para cualquier emergencia. Lo importante es que no nos cobramos interés”, cuenta Lomas mientras muestra los cuyes que está criando.
Para ser emprendedora no siempre hace falta asociarse. Mari Sol Pipulio, de 35 años, comenzó su propia fábrica de ropa deportiva. Su negocio nació hace cinco años y hoy ocupa casi toda su casa.
Ella y su familia deben habitar en un cuarto pequeño, todo lo demás es la fábrica. Hace licras, calentadores, ropa térmica. Antes trabajaba limpiando una vivienda. En ese entonces ganaba USD 100.
Pero por sus tres hijos dejó esa labor y decidió aprender a coser. Una Fundación Italiana la capacitó y ella perfeccionó su técnica en el Secap.
Hoy tiene contratos con algunas escuelas y guarderías. Dio trabajo a su hermana y a su sobrina. Espera este año poder ampliar su casa.