La exclusión laboral por el VIH persiste

En la oficina de Recursos Humanos de una entidad bancaria fue donde Sonia H. se enteró que era portadora del VIH.

Tenía 25 años cuando recibió la noticia. “En el trabajo nos hicieron exámenes de sangre y de heces”. Ella nunca autorizó a que le hicieran la prueba de VIH. Luego de notificarle, las autoridades de la entidad le aseguraron que sería respetada y que guardarían confidencialidad. La información se filtró y en menos de un mes sus compañeros ya lo sabían. “De repente, ellos se alejaron de mí”.

La hora del almuerzo era un mal momento. “Todos me miraban mal y comía sola”. Luego de dos meses renunció. El ambiente laboral y la exclusión de sus amigos era insoportable.A Sonia la infectó su novio, con quien tuvo un relación de ocho años. Él murió hace dos. “Fue por amor que me infecté”, asegura, mientras mira el amplio jardín de su casa en el valle. Desde hace cuatro años vive alejada de la ciudad. Se dedica a la importación de objetos religiosos de la India.

“Ahora estoy tranquila, la gente es insensible, prefiero estar sola”. A pesar de que Sonia sintió que se vulneraron sus derechos, no denunció su caso.

Rosario Utreras, coordinadora de Grupos de Atención Prioritaria de la Defensoría del Pueblo, explica que la Ley prohíbe a las instituciones públicas o privadas pedir o hacer pruebas de VIH.

“Es violentar los derechos, es discriminar. Los ciudadanos deben denunciar”. Las personas con VIH se amparan en la Constitución. En el Título II de derechos, en el artículo 11, numeral 2, está estipulado que “nadie podrá ser discriminado por portar VIH...”.

Otro caso es el de Daniel O., de 27 años. Hace dos años, en la agencia de modelos donde trabajaba le hicieron un examen de sangre.

“Nos dijeron que era para comprobar que teníamos buena salud”. Luego de una semana, recibió una llamada. Era su jefe. “Sin rodeos me dijo que era portador del VIH”. Se negaba a creerlo. Fue el peor día de su vida. Su jefe le aseguró que eso no iba a afectar a su trabajo. La realidad fue otra. No le volvieron a llamar para hacer comerciales ni para las fotos de las publicidades. “Fui víctima de exclusión laboral”.

Tampoco puso una denuncia. Cuando tenía 17 años, el joven de 1,80 de estatura, tez blanca, ojos verdes y cabello claro ingresó al mundo del modelaje.

“Era un vida agradable, trabajaba por horas, conocía a lindas chicas y ganaba bien”. Daniel no tiene problema en reconocer que tenía una vida sexual activa. Le gustaba ir a los prostíbulos y tener más de una novia. Sus ojos se humedecen cuando dice que se arrepiente por no haberse protegido durante sus relaciones sexuales. Sus amigos se enteraron que tenía VIH y lo abandonaron.

“La gente es ignorante y desconoce que el virus no se transmite solo con tocarse”. Al inicio cayó en depresión. No salía de la casa. Su madre le propuso que fuera a vivir en Europa donde su condición sea aceptada y no sea visto como un monstruo. Desde hace tres años vive en Francia.

“Acá, la gente es más abierta y respetuosa”. Hace un año conoció a su novia Claudette, quien también es portadora del virus.Vanessa, de 30 años, también tiene una experiencia que contar. Hace tres años, ella trabajaba en el Departamento de Recursos Humanos de una empresa que fabrica perchas. Por orden de Gerencia se realizaron exámenes de laboratorio (sangre, heces y orina) a los 900 obreros.

También se les hizo la prueba del VIH, con el respectivo consentimiento. El propósito era diseñar campañas de prevención. Los resultados revelaron que dos trabajadores tenían el virus. Lejos de orientarlos, los despidieron aduciendo recorte de personal. “Ni siquiera se les avisó que eran portadores, no hubo un trato humano”.

A pesar del reclamo de Vanessa. la empresa dispuso que en los exámenes preocupacionales se les hicieran las pruebas de VIH y de embarazo, sin el consentimiento de las personas. Ella renunció.

Hoy se apena porque, tal vez, aún sus ex compañeros no saben que son portadores y menos que fueron discriminados.

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