Cuatro extranjeros encontraron en Quito un lugar para su desarrollo personal y profesional. Los atrajo el clima más fresco que el de ciudades como Cali, Lima, Guantánamo y un ambiente que consideran más tranquilo y silencioso que el de sus ciudades natales.
Con el tiempo han hecho amistad con quienes no les gusta tener como vecinos a los extranjeros. Según un estudio realizado por la ONG Corpovisionarios, el 23% de quiteños encuestados rechaza esa vecindad.
Harold Galindo pasó varias temporadas en Quito, desde que su padre se vino desde Cali, hace 40 años. Estaba una temporada acá y regresaba a su ciudad natal. Allá, Harold se casó con Claudia Carvajal y tuvieron a su primer hijo. Por razones laborales, la familia decidió radicarse definitivamente aquí, hace 17 años.
El primer año fue difícil para Carvajal, pero luego se adaptó. “Ahora cuando uno va a Cali se sorprende porque la gente habla duro. Aquí la gente habla suavecito, es más tranquila”, dice. Su esposo afirma que están contentos en esta ciudad.
Ahora disfrutan igual de un buen sancocho colombiano que de un plato de mote con chicharrón o de una porción de chochos con tostado. “Lo único que no hago es vestirme de viuda, del resto hago muchas cosas como los quiteños”, bromea Galindo.
Su segundo hijo nació aquí. A esta pareja le da tranquilidad que sus hijos hayan crecido en Quito. Carvajal cree que si su hijo de 21 años hubiese nacido en Cali, estaría más pendiente de la rumba y la bebida. “Es más centradito, más calmadito, en comparación con mi esposo cuando tenía la misma edad. Y por ese camino va mi hijo menor, que tiene 14 años”.
Todas esas cosas les han hecho pasar por alto los malos momentos que han vivido en Quito, por la actitud de algunos ciudadanos. Galindo dice que a veces, al hacer fila en un banco y hablar, la gente se aleja y cubre sus pertenencias, luego de escuchar su acento caleño. “Eso es producto de la fobia. Hay colombianos que han hecho maldades, pero no es bueno generalizar. Habemos buenos”.
Dice que son más quienes lo buscan en su almacén de colchones y lo felicitan por la buena atención, la amabilidad y la puntualidad. “Me ha ido bien y no hablo necesariamente de dinero, porque estar bien no es solo plata sino vivir en paz, en familia”.
El proceso de adaptación a la ciudad fue también positivo para el coreógrafo cubano Jorge Alcolea, quien vive aquí desde hace seis años. Llegó al país porque en Cuba se enamoró de una ecuatoriana. Por su carrera artística, Alcolea ya tenía relación con la Compañía Nacional de Danza, donde trabaja actualmente.
Los proyectos laborales y el amor confluyeron para que el artista se quedara en Quito. Recuerda que cuando llegó al país, no era tan fácil como hoy que un cubano pudiera radicarse aquí.
“Mi visión de los ecuatorianos no está muy clara, porque yo creo en la gente, independientemente de su nacionalidad. No tengo quejas, siempre ha habido una chévere actitud hacia mí”, dice.
El coreógrafo considera que esa aceptación se debe también al ámbito en el que se desenvuelve, porque los artistas son más abiertos. Para él, también es cuestión de actitud. “Yo estoy en un país que no es mío y de nada sirve que yo quiera implantar algo, más bien trato de acoplarme. Yo trato siempre de intercambiar, de tolerar, de adaptarme”.
En ese mismo proceso está el chef limeño Eduardo Flores, de 28 años. Llegó a Quito hace dos, por una propuesta de trabajo, en una cadena de restaurantes. Lo que menos extraña de su país es la comida, porque ahora trabaja en un restaurante de platos peruanos criollos. Su vida en la ciudad ha sido tranquila, pero también ha tenido malas experiencias.
Recuerda que quiso arrendar un departamento en La Mariscal y lo rechazaron por ser extranjero. Lo mismo le pasó en Santa Clara. Finalmente, consiguió un lugar para vivir en el norte de Quito.
En el tiempo que lleva en la ciudad no ha sentido más gestos de discriminación. Tampoco nostalgia por su tierra. Viaja seguido a Lima y siempre que puede acude a los actos en la Embajada de Perú, por las fiestas patrias.
Quito lo ha cautivado al igual que a la familia Galindo y a Alcolea, porque se siente tranquilo, disfruta el clima y trabaja a gusto.