El sol del mediodía en el balneario de El Tingo, ubicado en el suroriente de Quito (valle de Los Chillos), pega con fuerza. Ese es el escenario, donde todos los martes y jueves, un grupo de aficionados a los saltos o clavados en el agua se reúne para demostrar sus habilidades.
Según Carlos Montenegro, uno de los clavadistas, la tabla para realizar los saltos la adecuaron ellos mismos, con la ayuda de un trabajador del sitio.
“Recubrimos la plataforma con un material de caucho. Esto permite que no resbalemos”, cuenta.
Son las 12:40 del pasado jueves y cinco personas hacen para lanzarse al agua. Todas listas para ensayar su mejor pirueta en el aire y clavarse en la piscina. Otros solo buscan vencer el miedo de lanzarse a la piscina de 29 metros de profundidad.
Uno a uno van ensayando los saltos. Jadira Cedeño está lista para hacerlo. Es de Santo Domingo de los Tsáchilas y aprendió a nadar en un río, ubicado a 10 cuadras de su casa. A pesar de que la joven de 23 años no tiene una buena técnica, su valentía se aprecia en el momento de pararse sobre la plataforma, de espaldas a la piscina. Se impulsa hacia atrás y mueve acrobáticamente su cuerpo en el aire. Llega hasta el fondo de la piscina y nada hasta una escalinata de metal y se sienta a observar a los que ella considera unos ‘maestros’ en la actividad.
Después de estirar sus manos hacia arriba, abajo y a los lados, Eduardo Egas sube a la tabla. Se balancea y salta con una elegancia impresionante. Él comenta que la clave es mantener el cuerpo recto y firme.
Cuando llega al agua, casi no la salpica. Esa, según Luis Méndez (56 años), quien también se atreve a practicar estos saltos, es una muestra de una buena preparación y el profesionalismo.
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A pesar de que Montenegro, Egas y Méndez no se conocen, los tres se graduaron en el Instituto Nacional Mejía. En diferentes promociones. Su afición por la natación y los saltos los llevó a buscar un sitio donde se pueda practicar este deporte.
Uno de esos lugares, desde hace tres años, es el balneario de El Tingo. Los aficionados recuerdan que cuando fueron estudiantes universitarios corrían desde la Universidad Central hasta las piscinas de ese centro recreacional. “Practicábamos mucho el deporte. Todos pertenecíamos a diferentes clubes”, recuerda.
El tiempo sigue su curso y cada vez son más las personas que se reúnen alrededor de la piscina para observar las piruetas. Montenegro es el más animado. Dada la cantidad de público sugiere a sus compañeros hacer una ronda de saltos. Los tres clavadistas se colocan en fila y saltan uno tras de otro. Galo Carrillo, otro aficionado, ensaya un tipo de salto diferente. Él se coloca de espaldas en la tabla y con gran equilibrio levanta su cuerpo con sus dos manos, se impulsa y se lanza al agua.
Los asistentes se miran uno hacia otro y en sus rostros se ven gestos de admiración.
Es la segunda ronda de saltos y los arriesgados nadadores se atreven a ensayar otras piruetas. Una de ellas es ‘el tornillo’, que consiste en girar el cuerpo hacia la derecha antes de caer. Las vueltas en el aire llaman la atención. Y lo que Montenegro califica como el vuelo del pájaro desata aplausos.
Pero para que estos deportistas llegaran a deleitar al público de El Tingo con estos saltos, han sido necesarios varios entrenamientos. “Sé que muchos lo consideran una afición, pero para nosotros es una disciplina. Todos los martes y jueves nos verán aquí”.
Con la presencia de los clavadistas, El Tingo recobra vida entre semana. Los curiosos llegan a observar las piruetas y de paso se bañan en las piscinas. El espectáculo es un verdadero atractivo.