En medio de una deteriorada calle, la pequeña figura de Beatriz Conde se divisaba lejana entre el polvo.La mujer de 45 años caminaba con dificultad entre el agrietado camino. Tenía que llegar hasta la parada de buses del Camal Metropolitano, en el sector de Chillogallo, en el suroccidente.
Ella vive en una casa de dos pisos, ubicada en la calle General Chiriboga. Ahí la vía no está asfaltada, las veredas están destrozadas, hay desperdicios esparcidos en la calzada y la iluminación por las noches es escasa.
Al mediodía del sábado, el intenso sol provocó un olor desagradable en la calle, por la descomposición de la basura. “Vivo acá desde hace 20 años y la situación no ha cambiado”. El Camal Metropolitano empezó a funcionar en el sector en enero de 1996.
“Mire cómo están las calles”. Ella criticó que solo se hayan pavimentado las vías que rodean al Camal y que las calles aledañas no hayan sido intervenidas.
Con el último invierno la situación se complicó, porque cuando llovía se formaba un lodazal en las vías y transitar era “imposible”.
La calle Camilo Orejuela y la General Chiriboga, que bordean el Camal, tienen la capa de asfalto deteriorada. Existen baches de hasta 30 centímetros de profundidad y en varios sectores, grandes grietas que impiden la circulación de vehículos.
Néstor Solá es el conductor de un bus de la cooperativa Quitumbe, que cubren la ruta Camal-Marín. Él reconoció el mal estado de las calles. “Los amortiguadores se dañan a cada rato”.
A las 12:15, Carmen Chamorro se encontraba en la entrada a La Ecuatoriana y tenía fundas con compras. Cuatro taxistas se rehusaron a llevarla hasta ese sector, debido al estado de las vías.
Emilio Paucar accedió a llevarle pero le cobraría USD 0,50 más de lo que marcara el taxímetro. “Eso recompensará el desgaste de la máquina”, dijo.
A las 12:30, dos perros destruían las fundas de basura que se encontraban en la esquina de la calle Camilo Orejuela y Pasaje 2. Los animales dejaron los desperdicios en la vía.
A 300 metros, María Chipusig instaló un puesto de frutas y hortalizas. La improvisada carpa, cubierta con un gran plástico negro, se levantaba en medio de la basura regada en la calzada y la acera.
Al costado derecho había un pozo con agua sucia, en donde los perros bebían. Chipusig había colocado sus productos sobre tres cajas de madera para que no se quedaran en la tierra.
“Es la única forma que tengo para vivir”, confesó Chipusig, mientras ahuyentaba a los canes tirándoles piedras.
Conde regresó luego de dos horas a su barrio. Vio cómo los trabajadores de la Empresa de Obras Públicas del Municipio reparaban los baches de un tramo de la Camilo Orejuela. ¿De qué sirve que arreglen solo la vía principal?, preguntó, y caminaba con dificultad por la calle.