En un mundo marcado por un ritmo vertiginoso, los extenuantes horarios de trabajo y la tediosa rutina que caracteriza a las grandes ciudades, el crossfit se convierte en una exigente e intensa alternativa de escape.
Quienes practican este deporte, que combina elementos de halterofilia, atletismo, gimnasia y sobre todo resistencia, llevan un estilo de vida basado en los retos constantes.
Empezando por el cambio de los hábitos alimenticios y el acceso a vestimenta y accesorios propios de esta actividad, pasando por alcanzar un descanso satisfactorio –que implica la reducción de casi un 100% de las horas de farra– y que se completa por un deseo permanente de probar sus propios límites, en cuanto a las actividades físicas se refiere.
Pero los crossfitters, al igual que la mayoría de personas, cumplen con otras actividades en las que se evidencian los beneficios de la práctica de este ejercicio que nació allá por el 2001, en Estados Unidos.
A pesar de llevar un impecable terno -clásico atuendo de un director comercial de una compañía de seguros-, Santiago Castro nunca se desprende de su amor por el crossfit, por la hermandad, por las ganas de conocer la siguiente rutina de ejercicios, llamada también ‘wod’: work of the day.
En los dos años que practica el deporte, ha notado cambios en su agilidad, en su actitud y, sobre todo, en la energía necesaria para afrontar su jornada laboral a plenitud. Tanto así que utiliza su vehículo solo hasta llegar a la ciudad, desde Miravalle. Luego, pone a punto su bicicleta, en la que se moviliza especialmente por el norte.
Aunque no es una regla generalizada, una buena parte de crossfitters interactúa mucho a través de redes sociales.
En esos portales es posible encontrar memes o estados en los que se bromea respecto a la situación amorosa y el arduo trajín que implica esta actividad. Por ejemplo: “Estado sentimental: soltero, comprometido, crossfit- es complicado”.
A pesar de que en Quito existen -al menos- cinco gimnasios de este tipo, conocidos como ‘box’, otra de las características que atrae a los participantes es que no siempre se necesita de estos espacios para cumplir los ejercicios. Roberto Espinosa, de 25 años y estudiante de negocios internacionales, da fe de aquello. Él se entrena a doble jornada durante cinco días y por las tardes, asiste con regularidad a sus clases.
Aunque, gracias a las técnicas que aprendió, mientras está en su casa también hace un régimen de barras, sujetándose a unos tablones de madera.
A diferencia de no pocos estudiantes universitarios, Roberto no consume alcohol y tampoco le encuentra sentido a desvelarse con frecuencia. En lugar de aquello, practica otros deportes (tenis o escalada) y pasea a Maya, su juguetona labrador negro.
El sociólogo Francisco Santos, quien también practica crossfit desde hace ocho meses, da una explicación acertada de cómo ha crecido en la urbe esta tendencia de tener un estilo de vida más saludable.
Mientras bebe un jugo de mora, en lugar de otra bebida con altos índices de glucosa, este magíster en desarrollo territorial comenta que la generación actual ha palpado los efectos de llevar una vida poco saludable y sin actividades físicas.
Ese es uno de los pilares que motiva a estos tres apasionados por los retos. Los crossfitters redescubren, día a día, ‘wod’ tras ‘wod’, esa sensación de satisfacción producida tras cumplir, después de un esfuerzo superlativo, sus propias metas personales.