A partir de 1534, año de la fundación española de Quito, contamos con las Actas del Cabildo como fuente de investigación histórica.
Pero hay que recordar que también, entre los conquistadores, hubo personas, especialmente sacerdotes, que escribieron descripciones sobre lo que encontraron durante el proceso de la conquista y también sobre los primeros años del desarrollo de la vida de la ciudad.
Incluso en los siglos coloniales posteriores, hubo cronistas que continuaron con esa tradición. De aquel oficio nace el Cronista de la Ciudad, responsable de registrar y mantener la vida de la ciudad de Quito.
Contamos con una amplia bibliografía sobre Quito. Además, con el Archivo Histórico Metropolitano, en La Circasiana, y con los otros repositorios (hemeroteca, biblioteca, archivos) que se hallan en el edificio del Centro Cultural Metropolitano, que fuera cede de la antigua universidad.
De manera que con esa gigantesca documentación, seguir la historia de Quito es un desafío permanente, que no puede ser obra de una persona o de una élite de académicos.
Es que la historia de Quito, inevitablemente, es una parte sustancial en la historia ecuatoriana. Antes de la fundación española existió una ciudad incásica, destruida por la conquista. Y desde épocas remotas se asentaron en el mismo valle una serie de culturas, que la arqueología sigue descubriendo.
Pero no hay duda que, desde 1534, al contar con documentación escrita, tenemos certeza y comprobación sobre los hechos pasados. Desde la época colonial, Quito no solo fue la capital de la Audiencia, sino un eje cultural, económico y político.
El Cabildo siempre logró representar el interés local, de los criollos dominantes. El siglo XVIII destacó a Quito como centro de agitación. El 10 de agosto de 1809 arrancó allí el proceso de la independencia nacional, que solo culminaría en 1822.
Durante la República, Quito se convirtió en la antena política del Ecuador. Incluso el poder, simbólicamente, está en Quito, en el Palacio de Carondelet, a donde todo gobernante, dictador o revolucionario debía llegar para que su autoridad sea reconocida como tal.
También las rebeliones populares antigubernamentales finalmente se libran en Quito, como ocurrió entre 1996 y 2006, cuando los únicos tres presidentes electos (Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez) fueron derrocados. Otra cosa es que de esas rebeliones haya aprovechado la clase política, que es la que ejecutó los golpes de Estado contra esos mandatarios.
Quito es una ciudad cosmopolita, multicultural, con barrios y pobladores cuya dinamia es todavía poco conocida. Hasta los problemas de la ciudad son parte de su historia. De manera que no basta con hacer el recuento histórico de su centro colonial, de las iglesias y conventos, de las personalidades y familias influyentes o destacadas por cualquier acción. Quito tampoco es únicamente el de las leyendas, tradiciones y fiestas.
La historia de la ciudad es mucho más que eso. Y vale destacarla y ponerla al servicio de los quiteños. Allí están los desafíos del Cronista de la Ciudad.