La lluvia y la niebla crearon un paisaje urbano fantástico. Miles de siluetas convergieron a un espacio luminoso: la gran tarima diagonal a la Cruz del Papa, en La Carolina.
Allí actuaron las noches del martes, miércoles y jueves, Café Tacvba, Rubén Blades y Julieta Venegas, artistas fuera de serie, junto con destacados solistas y grupos nacionales.
Martes, 19:00. Apenas se divisaban los edificios circundantes de la avenida Amazonas y los árboles se agitaban con el viento.
Aquella noche arrancó el primero de los tres conciertos masivos organizados por el Distrito Metropolitano, en el norte de Quito, para festejar a la capital.
Este Diario palpó el sentir de la gente que vino del sur, de los valles, de alejados barrios norteños -Carapungo, Calderón, Carcelén-; de Ambato, Latacunga, Riobamba y Guayaquil.
La conclusión de la mayoría: los tres actos, más los dos del sur, fueron los mejores atractivos de la farra quiteña. Las filas para entrar a la explanada eran interminables.
Con las ganas de saltar al ritmo de la música vibrante de los Ta-cvba, alrededor de 20 000 personas coparon el césped mojado.
En una fila estaban Julio González y cinco amigos. Venían de Carapungo. Trigueños, altos, usaban gorras y bufandas.
“En Carapungo siempre hay bailes, la gente es unida, pero este año faltó chispa, hubo cierta apatía”, dijo Julio, quien se quejó, igual que sus amigos, del estricto control policial del licor.
“Ni pensar en chumarnos, nos asaltarían, pero al menos un vinito hace falta para calentarnos”, expresó un chico del grupo.
¿Por qué faltó chispa? Julio, ingeniero y fanático de los Tacvba, respondió que talvez porque la ciudad ha crecido tanto todo se dispersa. “No soy taurino, me gustan los toros de pueblo, pero hay que hablar claro: los toros traían alegría, ponían ambiente y movían muchos negocios”.
Coincidió con él María Sol Bautista, universitaria, de la Villa Flora. “Antes en mi barrio había el Chavezazo, hoy solo es recuerdo”.
Corrieron al encuentro con los Tacvba, carismáticos y vitales.
¡Ay, amor divino!
Antes de los Tacvba actuaron los nuestros: Papaya Dada (jazz universal y temas propios), Viviana González (ritmos nacionales), Israel Brito (el amor ante todo), y Papá Changó (pop- rock, Negrita y ‘Tamos locos agradaron).
A las 22:45 un sonido familiar se oyó, paparapapa eu eo. Era el preludio de los Tacvba. Pronto aparecieron el vocalista de inagotable energía, Rubén Albarrán (El Zopilote), Emanuel Del Real (‘Memé’), teclados; José Alfredo Rangel (‘Joselo’), guitarra; y Enrique Rangel (‘Quique’), bajo y coros. Suscitaron el delirio con El baile del salón, Las flores, Chilanga banda, Eres.
La gente brincó, cantó, se pegó tragos (de contrabando por la cerca oriental) con Ingrata y Cómo te extraño, una balada del viejo y querido Leo Dan al ritmo frenético de ‘El Zopilote’, que volaba en el escenario con su voz aguda.
“¡Qué onda mis carnales, ahí les va una rolita (canción), la lluvia es una bendición”, gritó con su cantadito de charro, y enseguida, ¡Ay, amor divino, pronto tienes que volver a mí! Casi dos horas de Ta-cvba y todos felices y mojados.
El poeta de la salsa
La misma estampa se repitió el miércoles con la figura sacra, de negro total, hasta el sombrero, de Rubén Blades, el poeta de la salsa. Una leyenda. Su imagen crecía en las pantallas gigantes y la multitud bailó con Decisiones, Chica plástica, Ojos de perro azul (homenaje al libro inicial de García Márquez), el clásico Pedro Navaja’.
Bailaban en solitario, en grupos, en pareja, ante la presencia estoica de decenas de padres que vinieron a cuidar a los hijos.
“Prefiero morirme de frío antes que dejar a mi hija sola”, dijo Victoria Vizcaíno, vecina de San Carlos, mientras su hija, ya contagiada con la salsa de Blades y su potente orquesta, flotaba.
Blades, y sus inseparables maracas pintadas con la Bandera de Panamá, dio mensajes de unidad latinoamericana, lo cual motivó más a la gente. Tuvo un gesto grato: agradeció al doctor Raúl Moscoso, presente en primera fila, a quien -dijo- conoció en su escuela de infancia en Panamá.
“En ese tiempo -explicó Blades- comprendí al ser ecuatoriano, expresado en la persona de Raúl Moscoso, solidario, amable, inteligente”. Aplausos.
Al igual que los Tacvba, Blades siguió encantando hasta pasada la medianoche.
El guayaquileño Rubén Gutiérrez, de chompa negra y blanca guayabera, medio achispado salió, tarareando, a un hostal cercano al parque, “Decisiones (Ave María), cada día (Sí, señor). Alguien pierde, alguien gana ¡Ave María! Decisiones, todo cuesta. Salgan y hagan sus apuestas…
¡Ciudadanía!”.
“No podía perderme a Blades. Es un maestro, aguanté el ‘pacheco’ (frío) ‘brother’, quiero que me dure esta buena vibra”, dijo, y se perdió por los árboles.
Pancho García, ex de Pueblo Nuevo, fue el maestro de ceremonias. Condujo con sobriedad. Presentó a Blades como ganador de seis Grammy, con 20 álbumes…
La multitud: igual que la otra noche, alrededor de 20 000.
Hubo quejas por el sonido. Claro en las cercanías de la tarima y difuso más atrás.
Qué lástima pero adiós
La versátil cantante mexicana Julieta Venegas (toca nueve instrumentos), llegó con las justas al concierto. Apenas bajó del avión dio una rueda de prensa en el sitio contiguo al escenario.
Antes deleitaron Quimera, Margarita Laso, Fausto Miño y Sergio Sacoto.
La mexicana se presentó con un ceñido traje de cuero negro y su acordeón rojo. Se veía cansada, sin embargo, sacó fuerzas y entonó 23 canciones, 10 del nuevo disco. Cantó valiéndose del piano, guitarra, acordeón, entre las 21:20 y cerca de las 24:00 del jueves. Sin documentos (tributo a Andrés Calamaro) y Me voy, “qué lástima pero adiós, me despido de ti y me voy, qué lástima pero adiós, me despido de ti”, alborotaron a mujeres y niñas que coreaban a todo pulmón.
Parca, al contrario de ‘El Zopilote’ de los Tacvba, Venegas se concentró en su canto romántico, de encuentros y adioses.
Limón y sal fue otra melodía que hizo saltar al público, que fue en menos cantidad. Hubo fiesta en barrios -Ibarra, El Calzado, av. Amazonas (Luces y Color). Mas, los conciertos sedujeron.