Las condiciones de movilidad en el transporte convencional y municipal y la accesibilidad a los edificios públicos de la ciudad para las personas con discapacidad fueron expuestas por dos veedurías ciudadanas.
Desde agosto del 2008, siete veedores ciudadanos, con diferentes tipos de discapacidad, verificaron las condiciones de accesibilidad, barreras físicas, señalética y calidad de atención en el sistema de transporte público.
El informe señala en sus conclusiones que el sistema de transporte público es inaccesible y discriminatorio. El argumento es que hay dificultades para abordar una unidad. Además, hay maltrato por parte de los conductores y de los ayudantes.
Los sistemas Trolebús, Ecovía y Corredor Central Norte tienen mejores condiciones de acceso, pero aún existen obstáculos físicos que impiden desenvolverse por sí mismas a las personas que padecen de discapacidades.
Otro grupo de veedores visitó 11 edificios municipales para constatar las condiciones de accesibilidad. Al final del proceso se evidenció que la mayoría de estas edificaciones no presta facilidades. Las adecuaciones son difíciles en el caso de los edificios que son parte del Patrimonio.
En ambos casos, se constató que la comunidad, las policías Nacional y Metropolitana no están preparadas para un correcto y buen trato a las discapacidades.
Rita Vargas, presidenta de la Comisión Metropolitana de Lucha Contra la Corrupción Quito Honesto, concluyó que la capital no es una ciudad incluyente. “En la ciudad hay berreras físicas y humanas que se generan por el desconocimiento y por la falta de aplicación de las leyes”.
Seis instancias municipales firmaron un convenio para la eliminación de la discriminación y de las barreras a personas con discapacidad en el Municipio.
‘El ruido de los motores me anuncia una vía muy transitada’
En las calles de la ciudad, cada desnivel parece un abismo y cada grada, una muralla, para Marcelo Serrano.
Hace seis años, este arquitecto perdió la vista a causa de la diabetes. Desde entonces, él aprendió a transitar por la ciudad, afinando sus otros sentidos. Esta tarea no es fácil, comenta, al salir de su casa en la calle Núñez de Balboa, en la Villa Flora (sur).
Ahora su orientación se apoya en un bastón que desdobla y apunta hacia el suelo, como si fuera una extensión de sus manos que tantean el camino.
El sol de la mañana pega de frente sobre su cara y eso le indica que avanza hacia el este. Unos pocos metros, a paso lento, y el ruido de los motores se vuelven más intensos. “Eso indica que estamos cerca de una calle bastante transitada”. El vaivén del bastón va delineando el camino, cuya línea de referencia son las fachadas y puertas de las casas del barrio.
“Es peligroso tomar como referencia el filo de las veredas. Hay carros que pasan cerca y pueden golpearnos con los espejos”.
En un momento, los puntos de referencia desaparecen y la angustia se suma a la desorientación. Serrano llegó a la esquina, donde se escuchan pasos, pero nadie le ayuda. El sentido de la audición advierte de la cercanía de un carro. Un estridente pito y la ráfaga de viento que dejó un pesado vehículo a su paso advierten que la caminata pudo terminar en un fatal accidente.
Un transeúnte, asustado, le guía a Serrano hacia la acera y lo encamina hacia el norte. El no vidente avanza unos metros y un auto sobre la acera detiene su paso.
Adolfo Cordero, un transeúnte, se percata del problema de Serrano y ofrece su brazo para ayudarle a cruzar la transitada vía. “Es importante que la gente aprenda a guiar a un no vidente. Podemos caminar sin dificultad con mandos de voz o, incluso, sintiendo el cambio de presión y movimiento del brazo del acompañante”.
Las escalinatas de bajada a la parada Villa Flora del trole también son un obstáculo que con la práctica se supera sin dificultad. En la puerta de acceso, Serrano tuvo que esperar varios minutos hasta que un funcionario le ayude a pasar los torniquetes.
Ninguna persona se ofreció de guía hasta el borde del andén. La vía exclusiva está cerca, lo sabe por el pito del trole y la vibración del suelo. Jorge Mina, guardia de seguridad del trolebús, se acerca y encamina a Serrano hasta el primer puesto de la fila de pasajeros que esperan una unidad al norte. Ninguno de ellos se ofreció para ayudarle a que ingrese.
De regreso por la avenida Napo, Serrano camina con más cautela.
El bastón sirve para sondear el suelo, pero no se pueden advertir las señales de tránsito, los letreros que sobresalen de las fachadas, los teléfonos públicos en la pared ni las ramas sin podar de los árboles. “He oído de personas no videntes que se han clavado las ramas de los árboles en los ojos”.
Una moto estacionada sobre la acera, un hidrante, un poste, un bache también complican su circulación. El olor de las tortillas con caucara y la guatita le avisan que está a una cuadra de su casa.
“Uno está expuesto a quemarse con el aceite y el agua que hierve en los negocios informales que se instalan en las veredas”.
En la puerta de su casa, Carmen Bastidas, su esposa, lo recibe. Ella le habla con voz amable. Le dice que está contenta porque regresó a casa sano y salvo.
‘Dependo de la solidaridad de la gente para cruzar la calle’
A José María Sigcha le ha tocado esperar hasta 30 minutos al borde de una acera hasta que algún transeúnte le ayude a cruzar la calzada. Él se moviliza en silla de ruedas desde hace ocho años.
“Hay que esperar la buena voluntad de alguna persona, que se solidarice conmigo”.
En la av. Teniente Hugo Ortiz, en el sur de la ciudad, son pocas las esquinas que tienen rampas para el acceso de sillas de ruedas. Para tomar el trolebús, Sigcha avanza empujando su silla por la acera occidental.
Desde su medio de transporte, en la acera se ve un sinnúmero de obstáculos. Los de a pie pasan a prisa, mientras él avanza con cautela, esquivando los baches, postes, hidrantes, señales de tránsito y los desniveles en el concreto.
“La mayoría de rampas no sirve, porque son muy inclinadas y uno puede perder el equilibrio y caer”. Sigcha habla por experiencia propia. Ya ha perdido la cuenta de los accidentes, por tratar de sortear estas barreras urbanas.
Seis metros antes de llegar a la esquina de la calle Cusubamba, se anticipa a una grada y decide bajar a la calle por una rampa menos elevada.
En contravía, avanza lo más rápido que puede antes de encontrarse de frente con los autos que por ahí circulan. “Pocos choferes paran cuando voy por la calzada”.
En la mañana de ayer, avanzó dos cuadras en 11 minutos.
En la parada de la Quimiag del trole, los brazos de Sigcha tiemblan, en parte por el frío de la mañana y por el esfuerzo que hace al empujar su silla rodante.
La recaudadora dejó su puesto para ayudarlo a ingresar. Sigcha ubica su silla frente a la puerta del andén y delante de siete personas que hacían fila, que parecen no molestarse. Al ser una persona con discapacidad, él tiene derecho a un trato preferencial en el sistema de transporte.
Dentro de la unidad hay un espacio para las sillas de ruedas. Sigcha lo ocupa, acciona el freno de mano y viaja sostenido de las barras laterales. En el trayecto cuenta que hace 11 años sufrió una caída que le fracturó la espalda.
Luego de cuatro meses en el hospital y más de dos años de convalecencia, el ex albañil decidió embarcarse en una silla con dos ruedas y salir a la ciudad. “Al principio me ayudaba mi hermana, pero con el paso del tiempo aprendía a moverme solo”.
Los acuerdos de la veeduría ciudadana
En el l Trole, el 1 de junio, se hará una inspección del estado de cruces, rampas, accesos y elevadores, principalmente.
En los articulados se destinarán y diferenciarán 8 asientos en el trole, para las personas con discapacidad.
La Dirección de Recursos Humanos evaluará el cumplimiento de la inclusión al trabajo de las discapacidades.
La Secretaría de Inclusión Social capacitará a los servidores municipales para mejorar la atención.
La Comisión de Equidad y Género vigilará el cumplimiento de las ordenanzas y de los planes aprobados.
La Secretaría de Comunicación tratará el tema de la accesibilidad y movilidad en los espacios públicos.