Las calles del Centro Histórico, la pasarela del funcionario público

Calles Venezuela y Chile, en el centro de la ciudad. Son las 07:45 de un martes soleado. La Plaza Grande es una pasarela por la cual funcionarios del Estado (hombres y mujeres) caminan apresurados a sus lugares de trabajo para marcar su hora de entrada, o para 'timbrar tarjeta'.

Los hombres visten terno y sus zapatos están lustrados. Unos llevan maletín, una carpeta o papeles en la mano. Uno que otro mira su reloj y apresura el paso. Las mujeres usan pantalón o falda y blusa de uniforme y todas cargan un bolso. Hay quienes también llevan un portaviandas. La mayoría tiene colgada de su cuello la tarjeta de identificación.

Este escenario también se aprecia en los alrededores de la plaza, cerca de la Vicepresidencia y de la Dirección Provincial de Salud. A las 07:55, un bus escolar se estaciona en la calle Guayaquil. De él descienden 30 personas entre hombres y mujeres. Nadie conversa, todos caminan directo hacia su oficina: el Municipio.

El flujo de empleados públicos continúa hasta las 08:00. A esa hora, el movimiento en la plaza y sus inmediaciones se reduce. Sin embargo, la circulación y la actividad no cesan.

Alrededor de 15 adultos mayores ya están sentados en las bancas verdes alrededor de las piletas, como intentando escapar de la soledad. Los niños lustrabotas pasean en busca de clientes. Una pareja de turistas mira a un hombre con un libro abierto, que habla para nadie y para todos, sobre cómo ser piadoso y así evitar la ira de algún dios.

Ya no hay movimiento masivo de funcionarios. A las 10:00, un hombre de terno gris sale de la Presidencia y camina apurado por la García Moreno. Lleva una carpeta. Unos metros más adelante, para un taxi, se sube y se va.

Los minutos y las horas pasan. La mañana transcurre en medio de un intenso sol y una constante circulación de personas. Gente entra y sale de edificios de oficinas, de locales, de estacionamientos. Un grupo de jóvenes turistas toma fotos de la Compañía de Jesús. Cerca de ellos, un pequeño que vende caramelos los mira como si fuesen de otro planeta.

Pasado el mediodía, a las 12:15, los empleados públicos suspenden sus actividades y poco a poco salen a la calle. Es la hora del almuerzo. Solos, en parejas o en grupos de hasta seis personas, entre hombres y mujeres, se confunden con el resto de gente que está en las calles.

Caminan despacio, conversan entre ellos, se ríen; se los ve relajados y sin apuro. Su pinta denota calma. Los hombres salen sin el saco del terno y hasta con las mangas de la camisa arremangadas. Algunas mujeres salen sin el saco del uniforme, otras están igual que como cuando llegaron.

El lugar elegido para almorzar varía, pero todos lo hacen en los alrededores de su oficina, pues solamente tienen media hora. Unos eligen restaurantes que ofrecen platos a la carta por USD 3 ó 4. Otros, en donde se puede comer almuerzos que incluyen jugo y postre por USD 1,50.

Unos minutos después emprenden el regreso a sus labores. Caminan a paso lento. Unos fuman, otros llevan un palillo de dientes en su boca. Hay quienes van directamente a sus oficinas, otros se detienen unos minutos en las bancas de la Plaza Grande.

A las 16:00 terminan su jornada y salen apresurados como niños que van al recreo. Suben a los buses, a los autos, otros caminan hacia La Marín, otros esperan en la Plaza Grande para encontrarse con alguien

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