Teresa Sánchez y Natalia Santafé no se conocen, pero tienen algo en común: cada martes cumplen una rutina similar para llegar a diferentes destinos.
Sánchez es de tez trigueña y tiene cabello largo. A sus 33 años trabaja, una vez por semana, como empleada doméstica en una casa en El Pinar Alto.
Santafé es de ojos almendrados y facciones finas. Tiene 22 años y estudia Veterinaria en la Universidad Central.
Las dos mujeres se movilizan en transporte público. Para llegar a tiempo a su trabajo, Sánchez está en pie desde las 05:00. Antes de salir deja listo el almuerzo para su esposo y sus tres hijos, de 14, 11 y 6 años.
A las 07:30 sale de su casa, ubicada en Calacalí, y coge el bus que la lleva hasta el redondel de El Condado, en la Occidental.
A esa misma hora, Santafé sale de su vivienda en Atucucho, con su mochila a la espalda. Se levanta a las 06:00 y se sirve el desayuno que su madre prepara. Sube a un bus para llegar a la av. Occidental, a las 08:20.
Diez minutos antes, en El Condado, un gesto de alegría se dibuja en el rostro de Sánchez al ver la unidad 1837, de la Cooperativa San Carlos, que la trasladará hasta El Pinar.
El bus aún no está lleno y consigue con facilidad un asiento. Dos cuadras más al sur, el automotor se detiene. Lo hace antes de la señal pintada en el pavimento que indica la parada.
Un grupo de personas sube y ocupa todos los asientos. El pasillo empieza a llenarse y a menos de 100 metros, en otra parada improvisada, se llena.
“El bus se está demorando más. Si los choferes y la gente respetaran las paradas, el viaje sería más rápido”, dice Sánchez, con una expresión de impaciencia.
En ese instante, el chofer del bus de la Cooperativa San Carlos acelera abruptamente.
Su intención es rebasar a la unidad 3106 de la Cooperativa Mitad del Mundo.
Abandona el carril derecho para continuar por el del centro. En segundos se adelanta y gana al otro bus los pasajeros que están en la siguiente parada.
En la Occidental y Flavio Alfaro, otra parada informal, la unidad 1837 se detiene otra vez. Allí, una decena de personas, entre empujones, trata de embarcarse. Entre ellas está la estudiante Santafé.
Coloca la mochila junto a su pecho y se abre un espacio entre la gente que va en el pasillo.
Se para cerca del asiento donde viaja Sánchez, a la espera de que alguien se baje para acomodarse mejor.
Hacia el sur, el bus avanza cinco metros y se detiene. Largas filas de vehículos copan los tres carriles de la avenida. En sentido sur-norte también hay largas filas de carros en los tres carriles.
La congestión empeora cuando dos volquetas, que movilizan material pétreo, compiten en velocidad.
Lo hacen desde San Fernando (ex Jefatura de Tránsito) hasta antes de ingresar a los túneles de San Juan.
El flujo es lento. Un grupo de vecinos de los barrios asentados sobre la avenida cruza la calzada sorteando los vehículos.
“Es un relajo, hay mucho tráfico. El bus va a paso de tortuga hasta San Fernando”. Son 1,5 km”. Santafé, con un gesto de malestar, se queja.
En El Pinar Alto baja Sánchez. Santafé aprovecha y se sienta. El viaje continúa hasta la Facultad de Educación Física .
A ella le incomodan los atascamientos a lo largo de la Occidental. Pero no le queda otra opción.