Mientras Hólguer Jara (Guaranda, 1945) realizaba prácticas de restauración de ruinas dentro del Metro de Roma, una llamada del otro lado del mundo le anunciaba el nacimiento de su hija, Karina.
La preocupación de no estar en el Ecuador para conocerla le produjo una úlcera gástrica. Su hogar le apoyó para que pudiera sobrellevar el dolor y culminar el curso de especialización en Italia, de una carrera, la arqueología, a la que llegó con sacrificio.
Después de cuatro meses pudo tener a su bebé en sus brazos en 1984. Este sufrimiento ahora es recordado como una anécdota que muestra su pasión y el apoyo de su familia. “Es un maestro en lo que hace, le creemos ciegamente lo que estudia o investiga, tiene siempre nuestro apoyo”, dice César, su quinto hermano.
Esa mística lo llevó a desarrollar un estudio de casi cuatro décadas que se recoge en un documento: el Atlas Arqueológico del Distrito Metropolitano de Quito (2008), el cual da cuenta de su investigación a los Yumbos (palabra que significa zona subtropical), un pueblo pre-incásico que se desarrolló entre los años 400 y 1660 d.C., en la actual Tulipe, en el noroccidente de Pichincha
Para el ex alcalde de Quito, Andrés Vallejo, el trabajo titánico que ha realizado Hólguer Jara en la ciudad es de enorme importancia porque sus descubrimientos nos dan una perspectiva de la identidad de Quito, como asentamiento milenario. “Gracias a sus estudios la arqueología de la capital como la de Tulipe no solo deben quedar en la parte científica, sino que deben darse a conocer para que todos lo quiteños la disfruten”, resalta.
Jara jugaba a la arqueología en la niñez. En los terrenos de su abuelo, Mariano, en su natal Guaranda (Bolívar), hallaba restos de vasijas y huesos humanos que no eran de ese tiempo, sino antiguos. De la mano, su abuelo le decía que esas curiosas piezas eran de culturas anteriores a los Incas.
Las palabras ruinas, historia, restos se quedaron clavadas en su memoria infantil y estudiarlas se convirtió en una vocación.
En 1972 para sostener a su familia tuvo que estudiar otra carrera. A la Antropología, que seguía en la Pontificia Universidad Católica, sumó la Psicología Industrial, en la Universidad Central.
Ese ejemplo de superación contagió a sus siete hermanos que lo consideran el símbolo de la familia Jara, porque a los 18 años obtuvo su primer título: el de papá, cuando Ángel Jara, padre de todos, falleció.
“Hólguer tuvo que asumir el liderazgo de la familia y gracias a él, a su ejemplo, todos tenemos una profesión”, señala su hermano, César, administrador de Empresas. Jara fue psicólogo en la antigua CEPE (Corporación Ecuatoriana de Petróleos de Ecuador), por 10 000 sucres al mes. En 1975, en la Universidad Católica, el padre Pedro Porras, profesor de Arqueología, escogió a Hólguer para que fuera a estudiar al Cuzco-Perú, porque vio en él, como antropólogo, destrezas para la planificación de excavaciones.
Fue el inicio de su trabajo como explorador y desde entonces su nombre, como arqueólogo ecuatoriano, dejó huella en Italia (1981-restauración de monumentos arqueológicos), Bélgica (1991-excavación de arquitectura romana antigua), Suecia (1996- restauración del Palacio Real), y prácticas de observación en España, Portugal, Rusia y hasta en la cerrada Corea del Norte.
Con su experiencia, en Ecuador colaboró como arqueólogo del Museo del Banco Central por 23 años. Hizo estudios en los sectores de Rumipamba, Rumicucho y La Florida (Pichincha), Ingapirca (Cañar).
Con décadas de estudios levantó el Atlas Arqueológico del Distrito Metropolitano de Quito que revela cerca de 700 sitios arqueológicos y 1 500 tolas. En estos lugares se pudo conocer que las culturas pre incásicas como los Kitus y los Yumbos eran pueblos pacíficos, porque no se encontraron vestigios de armas para la guerra, solo cuando llegaron los Incas conocieron la militarización y conquista. Los hallazgos analizados por Jara permitieron establecer que en estas tierras se practicaba la equidad de género y que los pobladores ya creían en la reencarnación, cuando fallecían eran entregados al vientre de la tierra con ofrendas para la otra vida.
Para el director de la Carrera de Turismo Histórico de la Universidad Central, Manuel Hidalgo, el trabajo de Jara es valioso no solo por lo arqueológico, sino también desde el punto de vista antropológico, porque tiene un fin humano que busca respuestas sobre el origen de los ecuatorianos y su futuro. “Cada vez que converso con él, por ejemplo sobre las ruinas de Rumipamba, siempre termino intrigado por saber más”.
Dichas ruinas fueron descubiertas durante un movimiento de tierras para la edificación de Ciudad Metrópoli, al norte del Hospital Metropolitano. Jara destaca que las tumbas y cerámicas del lugar son un asentamiento kitu, pre-incásico.
Mientras prestaba sus servicios en el Museo Banco Central del Ecuador, le encomendaron realizar una investigación sobre unos vestigios encontrados cerca de la zona de Nanegalito (Pichincha). Corría 1979; entonces, emprendió la tarea de estudiar y excavar unas estructuras que tenían forma de piscinas, en el sector de Tulipe, a dos horas de Quito.
Estas ruinas pasaron desconocidas cerca de 300 años, hasta que Hólguer Jara reveló, con sus estudios, que se trataba de un centro ceremonial, que pertenecía a una cultura pre-incásica, los Yumbos Esta población se desarrolló hasta el 1660 d.C. hasta que una erupción del Pichincha hizo que se trasladara hacia las riberas del Amazonas.
Después de 30 años de conocer cada centímetro de Tulipe, Jara llegó a la conclusión de que, “no se trataba de la cultura Cañari o Inca como piensan algunos arqueólogos, sino que los Yumbos eran un pueblo pacífico que se dedicaba a la agricultura y que tenían altos conocimientos sobre astronomía”. Por eso cubrían la base de las piscinas (en forma de la luna, una tiene la forma del jaguar) con agua, para en la noche mirar el reflejo de las estrellas y saber cuándo debían empezar la siembra.
Además, el pueblo yumbo realizaba comercio entre la Sierra y la Costa, a través de caminos denominados culungos, es la razón por la cual en las tumbas kitus de La Florida (norte de Quito), también estudiadas por Jara, se halló concha Spondylus, un objeto que antes de los incas tenía igual valor que el oro.
En Tulipe hablar de Hólguer Jara es como hablar del padre del sector. Lili Miño lo señala con afecto como un hombre de ciencia, con una gran humildad. Y resalta de su investigación que le ha devuelto el orgullo e identidad a la zona, porque “antes el nombre Yumbo era considerado un insulto”, ahora es diferente.
El nombre del arqueólogo se encuentra en una de las placas donde el pueblo Tulipe le agradece por su investigación. Además, el museo y el espacio arqueológico han recibido galardones internacionales como el Gubbio (2009) y el Reina Sofia de España (2011) al cuidado de la cultura y el patrimonio arqueológico.
Jara ahora trata de ser más casero, agradece a Dios por la esposa, Luz María Tamayo, que tiene, que lo ha esperado en sus expediciones. Y procura estar en los eventos importantes de la familia, como la graduación del doctorado de Economía de su hijo Hólguer. Sigue ejerciendo la arqueología en la ciudad, ya no para el extinto Fonsal, sino para el Instituto Metropolitano de Patrimonio de Quito. Quienes lo conocen saben que no se detiene: los proyectos que todavía le quitan el sueño son excavar en la legendaria ciudad de Pompeya en Italia y en la Tierra Santa.