La primera hora de clases en la escuela Whimper no llegó a su fin, ayer. Eran las 08:05 y una inmensa columna de humo se levantaba a 20 metros del establecimiento, ubicado en San Juan de Chillogallo, en el sur.
Los siete alumnos tenían congestión nasal y los ojos irritados. La profesora Ximena Cobo, sin despegar la mirada de la ventana, les pedía que pintarán rápido las figuras en sus libros para que se fueran a sus casas. A 22 km del sur de Quito se vivían horas de angustia, porque el fuego, que se inició en una ladera de La Victoria, se acerca a la zona poblada.
“¡Salgan niños, salgan niños, rapidito!”, exclamaba la profesora. Los pequeños se amontonaron en la puerta del establecimiento y una fuerte corriente de viento hizo que el humo golpeara contra sus rostros. Parecía que se asfixiaban, tosían, se tapaban la nariz y la boca y corrían hacia donde el ambiente estaba más despejado.
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El incendio forestal alteró la vida de los vecinos. La coronel de la Policía Nacional, Margarita Pereira, informó que fueron evacuadas de sus viviendas 50 personas. Recibieron asistencia y transporte para trasladarse a casas de familiares y amigos. Unos 10 policías cuidan las casas, por ahora, deshabitadas.
La profesora Cobo informó que la mayoría de los habitantes de San Juan de Chillogallo tiene gripe. “Los niños son los más afectados, el ardor en la garganta es insoportable, hasta para los adultos”. Si una persona se enferma, el centro de salud más cercano está en Lloa, a dos horas en carro.
Con prisa y preocupación, Ana Lucía Rosero fue a retirar de la escuela a sus dos hijos. También le preocupaba la salud de su nieto de tres meses, tenía una fuerte gripe. “Me toca llevarle al médico en El Pintado y hasta llegar allá no sé lo que le pueda pasar”.
A las 09:30, la intranquilidad se acentuó entre los vecinos. El fuego se dirigía desde las laderas hasta las válvulas de presión que conectan al Oleoducto de Crudos Pesados (OCP) con las estaciones de bombeo de petróleo San Juan y de derivados El Corazón.
El sargento Segundo Tutillo, miembro de la Patrulla de Seguridad del Oleoducto, trataba de calmar a los moradores. Explicaba que los ductos que conducen el petróleo y sus derivados están enterrados a 1,5 metros de profundidad. “Además, se armó un sistema de anillos contra incendios alrededor de las estaciones, con mangueras para regar agua”.
A las 09:50 llegó un contingente de 15 policías, que se internó en el bosque con azadones y palas. Todos con mascarillas, pero sin protección contra las llamas, solo con su uniforme caqui. Un grupo abría zanjas para impedir el paso de las llamas.
Media hora después llegó un pelotón de 30 militares de la Brigada 13 Pichincha. Minutos después, policías y militares retrocedieron unidos, huyendo de la voracidad del fuego. Los patrulleros se pusieron a disposición de los pobladores para llevarlos a sitios seguros. Empezó la evacuación.
Entre las polvorientas calles, dos niños que a esa hora ya habían abandonaron la escuela, con caras cubiertas de hollín, esperaban a sus padres que desde muy temprano cuidaban el ganado en una parcela cercana al barrio.
Su semblante cambió cuando el ruido de las hélices del Súper Puma del Ejército Ecuatoriano anunciaba el combate al fuego desde el cielo. Veían admirados cómo lanzaba agua a la quebrada. Los uniformados se retiraron del lugar a las 15:00. Pereira informó que las condiciones climáticas eran adversas, pero ya no había peligro de que el fuego alcanzara las casas del barrio.
En la escuela no se escucha el ruido de los niños. En las paredes estaba impregnado el humo.
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