Cada casa mide aproximadamente 50 m², tiene dos cuartos, un baño, un espacio para la sala y el comedor. También dispone de un sitio para adecuar la cocina. El servicio de agua potable y luz es regular.
Atrás de cada vivienda hay un patio con un lavadero hecho de cemento y piso de tierra. Cuando llueve ahí se estanca el lodo. Esto causa que la humedad se filtre por las paredes.
Los muros, algunos resquebrajados por el agua, son ásperos y están pintados de blanco. El piso es de cemento y las cortinas, en 10 casas, son sábanas con estampados de flores. Este es el panorama del la urbanización Pueblo Blanco, en el sector Llano Grande (en el norte). Ahí habitan 22 familias que fueron reubicadas por el Municipio. Estas personas vivían en terrenos de alto riesgo, que se vieron afectados por las inundaciones, en los barrios del Comité del Pueblo y Atucucho.
Para María Vega (43 años), la vida no ha cambiado. El mismo negocio de venta de pescado frito que tenía en su antiguo barrio, lo instaló en este sector. Aunque ahora no le va tan bien, se siente cómoda en esta casa, a pesar de lo pequeña que es.
Además, no ha cambiado sus hábitos, porque aún visita la iglesia y a amigos y conocidos en el Comité del Pueblo. Para llegar a su antiguo vecindario, ella toma el bus de la cooperativa Guadalajara, a una cuadra de su vivienda.
Esa tranquilidad no la vive Alfonso Piguave (73 años), quien trabajaba como guardia de seguridad en una institución educativa ubicada en la Av. Occidental. Cuando se pasó a vivir en Pueblo Blanco comenzó a llegar tarde al trabajo. “En el colegio debía estar a las 07:00, y aunque salía de aquí a las 05:30, llegaba a las 7:15. Eso ocasionó mi despido”.
El hombre de tez trigueña, cabellos canos y ojos vivaces comenta que vive con incertidumbre, mientras con un destornillador refuerza una cerradura que vino dañada. No ha hecho más arreglos a la casa porque todavía no es suya. “Todo mi patrimonio estaba en la casa que tenía en Atucucho, esas paredes fueron el fruto de 50 años de trabajo. Ya no tengo dinero ni años para pagar otra”.
A Piguave también le preocupa la humedad de las paredes, las puertas dañadas y el agua que inunda el baño con frecuencia. “Hasta que no firme un título de propiedad, no puedo destinar dinero para arreglar esos daños”, asegura este quiteño.
Esa intranquilidad la comparte Rosa Chuqui (48 años), porque escuchó que el costo aproximado de la vivienda es de USD 13 000, que no sabe cómo va a pagar. Además, que las soluciones habitacionales presentan algunos daños evidentes. “Si nos van a cobrar, la vivienda debería estar en perfecto estado. Pero cuando uno es pobre no se puede reclamar”.
En Pueblo Blanco, Chuqui se siente más segura. Comenta que el sector es más tranquilo que su antiguo barrio y que puede salir a la hora que quiera, sin miedo.
Blanca Jaramillo (34 años) se siente más cómoda que sus vecinos en su nuevo hogar. Sus hijos encontraron escuela con facilidad y le gusta la casa. A pesar de que a sus espaldas se evidencia una grieta de 1 m de largo, ella asegura que no tiene humedad ni inconvenientes. “Además, el Cabildo va a dar un bono y plazos para pagar la propiedad”.
El plan de reubicación es impulsado por el Municipio. Los vecinos acceden al Bono de la Vivienda y a otros beneficios para financiar el costo del inmueble.