Así se aprecia la sala colonial, en la que resaltan la sillería original del siglo XVI; el calvario del barroco quiteño y el artesonado mudéjar. Foto: Patricio Terán/EL COMERCIO.
Mientras el agua refulge en la fuente de piedra del jardín de San Agustín, en el interior de la Sala Capitular el oro laminado de los siglos también destella.
Hace nueve meses comenzó la restauración de esta sala, una de las más amplias conventuales (22,50 x 7 m), e ícono del patrimonio quiteño.
La rehabilitación estuvo a cargo del Instituto Metropolitano de Patrimonio (IMP) y el público volverá a disfrutar de sus tesoros desde el próximo 8 de septiembre. Sin embargo, antes, entre el lunes 11 y el viernes 15 de agosto, 1 200 personas (niños, adultos, turistas nacionales y extranjeros) visitaron la sala en una casa abierta, organizada por el IMP y la Orden Religiosa de San Agustín.
El acto permitió acercar el patrimonio a los ciudadanos y mostrar el riguroso proceso de restauración de bienes coloniales, organizado por el Instituto. Un funcionario del IMP mostró la bitácora de visitas, en la que se lee el comentario del argentino Eduardo Castro: “Es muy enriquecedor apreciar el proceso de restauración, algo que pocas veces se ve”.
Se percibe el rigor en la sala, construida por fray Juan de Luna y Villarreal, entre 1741 y 1761.
Luce como si los 253 años de edad no hubiesen pasado por el artesonado del techo (parte mudéjar y manireísta), 48 pinturas al óleo, bancos laterales adornados con uvas y flor de pino, esculpidas en la fina madera; en el calvario de tres figuras de tamaño natural: la Virgen María, San Juan Evangelista y Jesús crucificado, talla atribuida a Pampite.
Aquí se firmó el acta de Independencia del 10 de Agosto de 1809. Los cuerpos de los patriotas, que participaron en la revuelta, se hallan sepultados en la cripta (debajo de la sala), la cual igual fue restaurada para que tenga más aire y controlar la humedad (18 grados).
Según el arquitecto Fabio Carranco, coordinador de ejecución de proyectos del IMP, la restauración arrancó en septiembre del 2013 y se invirtieron USD 300 000.
Carranco dijo que la intervención fue en dos fases: la arquitectónica y la artística.
En la cripta -blanca y silenciosa- se perforaron los muros (3 m con salida a balcón) para reciclar el aire; la piedra del piso al igual que las criptas; asimismo, la luz fue mejorada.
En el artesanado fueron rehabilitados los entrepisos superiores, un espacio que separa el filo del tumbado de los bellos módulos del cielo raso.
Los 48 lienzos, en los que se recrea la vida de los mártires agustinos, recibieron la mano firme de los expertos en restauración (30 técnicos, electricistas, carpinteros y albañiles trabajaron en la sala).
Ayer, Luis Tambo, electricista graduado en el Central Técnico, daba los últimos toques a la iluminación con 11 lámparas LED (iluminación más tenue para no afectar a los cuadros).
Carranco explicó que la pintura es de tres clases: mural, que adorna las paredes del calvario; al óleo (los cuadros fijados en el artesonado); y tabular, en la madera de las imágenes.
María José Galarza, una de las guías más experimentadas del museo de San Agustín, explicó detalles singulares: en la sala conviven tres estilos, el mudéjar (árabe traído por los españoles) del artesonado, el barroco español de la sillería, en el que se aprecian conchas esculpidas, el símbolo de Santiago de Compostela; y el barroco quiteño, evidente en el calvario. Allí -dijo Galarza- se distingue la creación un spondylus, como un sol rescatado del mar. Según Galarza, el cuerpo de Cristo fue pintado con un tono más oscuro, quizá como un homenaje de Pampite a los indígenas y mestizos. Visitar la sala es sentirse en la penumbra y el brillo de la Colonia.