La gente de las comunidades cercanas se organizaró y ofrece varios productos, como tortillas en tiesto, pan de maíz y frutillas. Los alimentos se entregan los viernes.Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO
Algo pasó en Tababela. Algo que permitió que la gente que vivía de cosechar la tierra se volviera microempresaria. Algo que dio la posibilidad a los trabajadores del aeropuerto de Quito de consumir alimentos de la mata a la olla.
Es un ganar-ganar. Así es como Andrew O’Brian, presidente de Quiport, califica al proyecto Nuestra Huerta, en el que participan 64 emprendedores de las zonas que bordean al Mariscal Sucre. Es lo que se conoce como ‘valor compartido’: gana el aeropuerto y gana la comunidad.
Tababela es tierra de sembríos. Es un territorio tranquilo y era poco conocido hasta antes de la llegada del aeropuerto, en el 2013. Con la terminal aérea se dinamizó la economía. Desde el año pasado, vender lo que produce la tierra a los empleados de la terminal se volvió una posibilidad, a la que tienen acceso los pobladores de Checa, El Quinche, Guayllabamba y Yaruquí.
Alicia Gómez, de 50 años, aprendió a sembrar antes que a caminar. Lo cuenta a manera de broma y asegura que tras seis meses de trabajo duro sembrando acelga recibía unos USD 200, lo mismo que recibe hoy al mes por abastecer de fruta picada a los empleados de la terminal.
Hoy es dueña de su microempresa. Su cocina, en Uyambarillo, está equipada con bandejas y ollas. Gracias a eso, mantiene a sus dos hijas y da empleo a tres de sus vecinas.
La oferta en la terminal es amplia: hay frutillas, aguacates, limones, miel, tunas, queso, uvillas, yogur, manjar…
Antes de entrar a la microempresa de Lorena Tandayamo, de 24 años, hay un letrero que advierte que no se puede ingresar sin antes desinfectarse los zapatos, y se deben usar guantes, gorra y mascarillas. Personal de Quiport le enseñó normas de higiene y cómo sacar adelante su negocio.
Lorena tienen un pequeño galpón de pollos, además prepara mote en leña, tortillas en tiesto y tostado de sal y dulce. Ofrece huevos de campo ecológicos y las 26 gallinas son alimentadas con morochillo. Empezó a formar parte del proyecto hace dos meses. Las ganancias no son malas, afirma.
Probar el pan de maíz de Adriano Palta, de 42 años, es un deleite. Él es quien abastece de ese producto al aeropuerto. Su historia es un ejemplo de vida.
Aprendió de panadería para sacar adelante a sus tres hijos, dos de ellos, con una discapacidad que deformó sus huesos, les quitó la vista y se están quedando sordos. Antes vivía de la caridad de la gente, pero con la llegada del aeropuerto, comenzó a involucrarse en oficios de servicios de alimentos y se independizó. Entrega unos 150 panes cada viernes.
Rebeca Baquero, 29 años, es quien distribuye el producto estrella: frutillas. Ha llegado a entregar hasta 21 kilos cada día, gana dos dólares en cada kilo.
Los últimos meses fueron malos para la cosecha. Las lluvias pudren la fruta y la ganancia se pierde. Esperan que llegue el verano porque la frutilla crece y se endulza más. Rebeca entró al proyecto porque no conseguía trabajo y tenía un hijo que mantener.
En el aeropuerto trabajan 7 000 personas, 200 son clientes fijos. Luis Galárraga, gerente de Comunicación de Quiport, explica que se espera poder abrir un local en la terminal para ofertar los productos.