Sin dejar de reconocer los grandes valores políticos, artísticos y culturales que hacen de Quito una de las ciudades más trascendentes para la historia de América Latina, es importante hacer una evaluación de lo que ha ocurrido en la urbe en la última década y visualizar de mejor manera el futuro próximo.
Es cierto que en estos últimos 10 años la capital vivió un vertiginoso proceso de cambio, pero también es cierto que esta transformación no la ha convertido en una ciudad más humana, sino, por el contrario, en una urbe con conflictos tan graves como un deficiente sistema de transporte masivo, el exceso de autos que circulan por sus calles y avenidas, el crecimiento desordenado de barrios, las invasiones a las laderas, la destrucción del bosque protector, la inseguridad ciudadana, entre otros factores.
El acelerado y, a momentos, caótico desarrollo va sumiendo a la ciudad en una crisis de proporciones gigantescas y de difícil solución. Vivir en Quito, al menos para la mayoría de sus habitantes, se ha vuelto complejo por la cantidad de problemas cotidianos que, en ocasiones, resulta complicado afrontar y superar.
A la capital le hizo falta una planificación más inteligente y visionaria. Sus autoridades han hecho esfuerzos por emprender proyectos acordes con la realidad, pero parecería que el clientelismo electoral y el inmediatismo populista entorpecieron muchas de las iniciativas públicas y privadas en beneficio de la ciudad.
La nueva década encuentra a Quito con nuevos mandatarios, pertenecientes también a una nueva generación de políticos. Los habitantes esperan de ellos una defensa incondicional de los intereses de la ciudad, más allá de cualquier vínculo o cálculo político.