Son 220 000 beneficiarios, 2 300 talleres dictados y USD 1,6 millones invertidos desde el 2016. Las 43 Casas Somos de Quito son más que un punto de encuentro y aprendizaje de la comunidad.
Es el lugar donde Mateo, de seis años, aprendió robótica y descubrió que cuando sea grande quiere ser médico y hacer prótesis para los amputados. Donde Carmela, a pesar de su discapacidad, aprendió a crear adornos con material reciclado y a venderlos junto con su madre para ayudar en la casa. Donde Josué dejó las calles y las drogas para asombrar a todo quien lo ve con sus giros interminables sobre su cabeza al ritmo de brake dance.
José Luis Guevara, secretario general de Coordinación Territorial y Participación Ciudadana, explica que los talleres se abren conforme los requerimientos del barrio. En San Bartolo los jóvenes pidieron clases de adornos y figuras con alambre. En Eloy Alfaro, las mujeres jóvenes pidieron talleres de masajes para tener una actividad que les permita recibir un ingreso extra.
Los moradores pueden solicitar cualquier taller siempre y cuando tenga acogida. Deben llenar una solicitud y cumplir una guía técnica. La autoridad puede buscar un maestro o la comunidad proponerlo.
Los últimos años, el número de beneficiarios aumentó. En un inicio, el Municipio pagaba toda la programación al 100%, lo que implicaba materiales y pago a talleristas; sin embargo, la comunidad se organizó y buscó la forma de hacer autogestión, por lo que la autoridad optó por brindar asistencia a los vecinos y se les dio la posibilidad de que se organicen y con una cuota de USD 1, accedan al curso.
Hoy, alrededor del 50% de los talleres se realiza por autogestión de la comunidad.
Otra de las características de los centros es que no solo se benefician adultos, sino niños, ancianos y personas de grupos vulnerables. Allí nació el grupo Manos de amor, conformado por 45 personas entre padres y jóvenes con discapacidad que se reúnen los sábados para aprender manualidades.
Este proyecto nació en la administración pasada con el nombre de Centros de Desarrollo Comunitario, y en esta administración ha ampliado su cobertura a sectores como Chavezpamba, Bellavista, Guápulo, Chiriyacu… Este año se inaugurarán otras casas en La Magdalena y Pacto.
Las actividades arrancan a las 07:00, algunas, con más de 80 talleres de más de 3 horas semanales. Cada lugar tiene talleres tradicionales como manualidades y gastronomía. Ligia Merizalde, coordinadora de Casas Somos explica que en su mayoría son integrados por mujeres y que son actividades que les ayudan a generar microemprendimientos.
Elaboran por ejemplo muñecos de cerámica, de fomix, y la secretaría genera ferias en las que pueden venderlos.
Hay algunas Casas Somos que cuentan con piscina, como la de Alangasí y Guápulo, y otras que tienen sala de cine como la Roldós. Esta última es la más grande de Quito.
Un olor a albóndigas italianas con espagueti inundaba ese lugar, el martes pasado. Los niños de 7 a 13 años del taller de minichefs aprendía como preparar el plato. Roberto Escobar, el maestro, contó que hasta el momento han aprendido a preparar 13 recetas: espumilla, comida francesa, salsas, pollo al curry…
Mayra Almeida es la responsable de esta Casa Somos, la única que abre hasta las 21:00 porque en la noche acuden 13 grupos de danza y música de Vista Hermosa, Consejo Provincial, Primavera y más zonas para hacer uso del espacio.
Byron Arellano es el encargado de enseñar bailes andinos a mujeres de la tercera edad, una de ellas Digna Amagua quien asegura que el taller le cambió la vida. La hizo más activa, sociable y feliz. Además, la mantiene sana.
Hay talleres de computación, ballet, violín, tejido, confección de mochilas, teatro, agricultura, lencería y más. Hay cupos disponibles.
La mayoría de Casas Somos se ubica en barrios urbano marginales, excepto dos en las cuales se benefician quienes tienen mejor situación económica: Bellavista y Guápulo. Allí hay quienes enseñan comida típica tradicional y otras comidas gourmet, lo que provoca, dice Almeida, un compartir de saberes.
Para Galo Reascos, sociólogo y catedrático universitario, el abrir este tipo de espacios es clave para mejorar la vecindad y convivencia en una comunidad. A su criterio se debería ampliar la iniciativa ya que brinda a la gente la oportunidad de capacitarse y divertirse, y se fortalece el tejido social.