La modernidad llegó en forma de edificios. Ese Quito de los años 70, de casas de teja y adobe, inauguró en 1974 el edifico Benalcázar Mil, en El Ejido, que se alzó como la infraestructura más alta del Ecuador. 22 pisos de hormigón que ahora son un ícono de la capital.
Los 70 fueron la época de construcciones, de alta demanda de empleos y de industrialización.
El cambio también vino con el ‘boom’ de la migración, que se había iniciado en los 60.
El historiador Alfredo Ortiz dice que llegaron a la capital migrantes de Cotopaxi, comerciantes y mercaderes del Imbabura, manufactura de Tungurahua y de la Costa.
Ese pequeño Quito se iba transformando en una metrópoli y en el 2010 el censo del INEC reveló que solo el 65% de la población que vive en la capital nació aquí; el resto migró de otras provincias.
Con esos cambios no solo se transformó la infraestructura, sino su gente y su sentido de seguridad. Pedro Montalvo, investigador de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), asegura que esa transición demográfica ejerció presiones y demandas de capacitación, servicios y empleo, que al no ser resueltas oportunamente se trasladaron a hechos delictivos o violentos.
Esto lo afirma en un estudio sobre el costo económico de la violencia en la capital.
En esa década los arranches a personas que estaban descuidadas eran los delitos más comunes. Eso era lo que más tenía el Quito de entonces. Así lo revela el Estudio Cronología de la Violencia de la Flacso. La mafia más famosa, la banda de la Mama Lucha, recién se constituyó para los años 80. Pero unos años antes los delitos que también sonaban, aunque en menor cantidad, eran estafas y contrabando de mercadería.
En ese Quito se podía caminar. Es lo que más recuerda de esa época Bolivia Chávez, de 83 años. “La gente podía ir por la calle o en el bus sin miedo a que le mostraran una cuchilla y nadie sabía qué era eso de los guardias privados”.
Uno de los atracos que recuerda era el que le hacían en el mercado, cuando sin darse cuenta algún niño o joven robaba sus compras. “La ciudad ha cambiado mucho y la gente ahora roba hasta con droga”.
Se refiere a la escopolamina, una droga que desde los años 90 se empezó a utilizar en Colombia para realizar asaltos, y la misma modalidad llegó a Quito años después.
Mientras que los crímenes siempre han existido, incluso en los 70. Pero esos homicidios estaban más relacionados con los problemas de convivencia, mas no se daban por asaltos, venganzas o ajuste de cuentas.
La clonación de vehículos, los delitos electrónicos, el narcotráfico son casos que aparecen en las últimas décadas.
Aunque la droga ha existido desde tiempos inmemorables, Rigoberto Merchán, de 77 años, recuerda que en su juventud no había tanto consumo o demanda de usuarios.
Recuerda que en el Centro Histórico se desarrollaba toda la vida cultural y comercial.
“Cuando uno llevaba a las novias a pasear debía ir al centro, por las noches a veces. Como no siempre había buses uno dejaba a la novia y tenía que caminar hasta la casa”.
En esas largas caminatas nunca se sintió inseguro. Pero al final de la misma década hubo barrios que empezaron a ‘dañarse’. “Todo lo que pasaba en la ciudad se escuchaba por la radio. No había lo que dicen crónica roja, ya se empezaba a escuchar que en ciertos barrios robaban”, recuerda Merchán.
Actualmente, Quito está dividido en nueve distritos y en cada uno hay mapas que muestran las zonas más conflictivas.
Barrios en donde hay un fuerte consumo de drogas y detrás de eso violencia y crímenes.
Gloria Caicedo cuenta que en los 70 no había la Policía Comunitaria en los barrios, ni siquiera se llamaba Policía, sino que había un Cuerpo de Carabineros y luego una policía civil.
Recién en febrero de 1975, el general Guillermo Rodríguez Lara expidió una ley y creó la Policía Nacional.
César Augusto Solórzano fue un carabinero. Ahora tiene 99 años. Él recuerda que incluso en su época los ladrones eran ‘tranquilos’. Un día pasó por el Estadio Olímpico y unos jóvenes le quisieron robar, estaban armados, él también. Así que en vez de oponer resistencia les regaló 20 sucres. “Ellos se pusieron tan felices que hasta me dieron un vaso de trago y me llevaron a la casa”.