Rodrigo M., víctima de un asalto violento. Foto: EL COMERCIO
Nos asaltaron la madrugada del sábado último en el barrio La Rumiñahui, en el norte de Quito. Ese día, con mis dos sobrinos salimos a entrenar en el Imbabura porque practicamos deporte y ascendemos montañas. Recuerdo que eran las 03:25 cuando parqueamos el carro en la puerta de la casa y esperábamos a que uno de mis sobrinos saliera para irnos.
Estuvimos allí unos tres minutos y, sin darnos cuenta, un hombre se acercó a la ventana del copiloto del Cheverolet Aveo en el que estábamos y la rompió con la culata de un revólver. Dos desconocidos que no sobrepasaban de los 30 años ingresaron rápidamente al carro, nos gritaban palabras soeces y nos quitaron lo que llevábamos: tres celulares Iphone, relojes y USD 150. Les pedimos que no se llevaran nuestros documentos y nos los lanzaron en la cara mientras nos insultaban y gritaban para que nos calláramos.
Uno de esos hombres me quitó los lentes de marca Levi’s que llevaba puestos en ese momento. Yo le pedí que no lo hiciera porque tengo fuertes problemas de visión, pero no me hizo caso y me insultó para que me quedara callado. Dijo que me “iba a dar plomo” si es que le volvía a decir algo.
El asalto fue corto, pero sentí que duró una eternidad. Luego abrieron la cajuela del vehículo y se llevaron los implementos que llevábamos para entrenar (mochilas, chaquetas impermeables, rompe vientos, buzos y gorras térmicas), así como barras y bebidas energizantes y comida (pan árabe y atún).
Cuando terminaron de asaltarnos, los desconocidos se llevaron la llave del carro y nos dijeron que la iban a dejar en la esquina ubicada frente al sitio en donde nos atacaron. Su instrucción fue que no saliéramos del vehículo hasta que ellos se alejaran de allí. Nos amenazaron con dispararnos si es que salíamos del auto en el momento que ellos se iban.
Se fueron del sitio y se llevaron las llaves del carro. En ese momento pasaban otros jóvenes y vieron que los dos desconocidos se subieron a un auto que iba en alta velocidad. Yo calculo que el monto del atraco superó los USD 2 000.
Luego nos comunicamos con la Policía y llegaron luego de 20 minutos. Mi sobrino tuvo que traer del Valle de los Chillos las copias de las llaves para llevarse el carro. Al principio pensamos que nos querían robar el automóvil y matarnos, pero solo nos quitaron las pertenencias.
Sentimos mucha impotencia. Puse la denuncia en la Policía y rastrearon mi teléfono celular en el barrio El Inca. Fuimos a las calles en donde aparecía el registro de mi aparato, pero no daba la dirección exacta. Era muy general la descripción del lugar.
Transcurrieron las horas y el GPS de mi celular nos indicó que estaba más al norte de Quito, cerca de Carapungo. Luego me descuidé y no hice seguimiento de las investigaciones.
El robo me golpeó anímicamente y me sentía cansado cuando llegué a mi casa. En ese momento, lo único que hice fue acostarme en mi cama para descansar. Yo creo que si no se diera la venta ilegal de objetos robados no ocurrirían asaltos como el que viví el fin de semana pasado…