La ‘ambulancia del alma’ tiene su base en la Basílica

El padre Iván Trujillo reza junto a los laicos de su equipo, frente al Santísimo que está expuesto en la capilla del Corazón Inmaculado de María. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO.

El padre Iván Trujillo reza junto a los laicos de su equipo, frente al Santísimo que está expuesto en la capilla del Corazón Inmaculado de María. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO.

El padre Iván Trujillo reza junto a los laicos de su equipo, frente al Santísimo que está expuesto en la capilla del Corazón Inmaculado de María. Foto: Julio Estrella / EL COMERCIO.

Pablo Rueda, de 59 años, es un hombre de fe. Lleva una bufanda con doble vuelta al cuello para esquivar el frío punzante de las noches quiteñas. Tiene un título de economista, pero hace más de un año que su profesión la combina con el Servicio Sacerdotal Nocturno.

Este voluntariado fue inaugurado en Quito el 17 de junio del 2013, con el objetivo de administrar los sacramentos a los enfermos católicos, en especial la santa unción, desde las 22:00 hasta las 06:00.

La idea ya se puso en marcha, por primera vez en 1952, en la Diócesis argentina de Córdoba. Aquel servicio estaba compuesto por un sacerdote y dos laicos, quienes esperaban la llamada telefónica de algún pariente de un enfermo necesitado de la gracia de Dios.

En Quito se prefirió formar 30 grupos, cada uno dirigido por un padre y cuatro laicos, quienes hacen un turno al mes. En total hay 120 laicos y 21 religiosos; para cubrir ese déficit, se elaboró una lista con 10 sacerdotes de emergencia de varias parroquias.

El pasado martes, a las 21:30, Rueda junto a sus tres compañeros de equipo guardianes de los santos óleos (Sergio Tumbaco, Segundo Marca y Tito Correa) llegaron al cuartel general de la ‘ambulancia del alma’, ubicada en la sacristía de la capilla del Corazón Inmaculado de María (en el ala norte de la Basílica del Voto Nacional).

Es la decimosexta vez que cumplen con este rito. Optar por esta presencia nocturna porque, según cuentan, se sienten en compañía de la paz que andaban buscando.

Antes de empezar la vigilia de ocho horas, los laicos, junto al padre Iván Trujillo, se postran frente al Santísimo (nombre que recibe Cristo en la Eucaristía) que está expuesto las 24 horas del día en el altar mayor de la capilla. De rodillas, en torno al símbolo, hacen un momento de oración.

Media hora después, a las 22:00, cruzan una puerta lateral. El cuarto no tiene más de 5 por 11 metros, en una de sus esquinas está una mesa con dos teléfonos y una computadora.

Mientras esperan la llamada, Tumbaco, de 48 años; y Marca, de 55, toman un libro en el que registran los servicios realizados. Abren la primera página y recuerdan que el primero estuvo presidido por el padre Eduardo Donato y por los laicos Ángel Pino, Alejandro Jaramillo, Marcelo Toapanta y también Fausto Panchi. Empezó a las 19:00 y concluyó a las 06:05; ese día no hubo otra llamada.

Pasaron los días y no llegaba ningún pedido de asistencia, rememora Marca. Hasta que la noche del 24 de junio, a las 20:15, sonó el teléfono. Se solicitaba que la ‘ambulancia del alma’ vaya hasta Chillogallo, a ofrecer los santos óleos a Carlos Llumiquinga, de 99 años. Esa misma noche hubo tres llamadas más para Tumbaco, La Magdalena y también Jipijapa.

En ese libro se apuntan el nombre de la persona que llama, el número de teléfono y la dirección del domicilio, incluso el estado del enfermo. Se hace una copia y con ese documento se sale, con el padre y dos laicos, en busca del enfermo. Los otros dos voluntarios se quedan en la sacristía por si se presenta otra llamada. Desde que arrancó el Servicio se han atendido a 350 personas en el Distrito.

El padre Trujillo recuerda que hasta el Concilio Vaticano II, al sacramento se lo conocía con el nombre de extrema unción, puesto que se administraba únicamente ante la inminencia de la muerte. El cambio de sentido impuesto al sacramento por el Concilio (1963-1965), responde a la necesidad de asistir a los enfermos para que el Espíritu Santo los reconforte. Los sacramentos que se administran son confesión, comunión y unción, todos para la buena muerte.

Mientras se espera que suene el teléfono, Rueda menciona que una de las noches más intensas fue la del 10 de agosto del 2014, pues hubo 11 llamadas.

La movilización hacia los distintos lugares se realiza en el vehículo de uno de los laicos de turno. En ese automotor acuden hasta donde se requiera la presencia de la ‘ambulancia del alma’. El padre lleva varias prendas y objetos en un pequeño estuche que tiene el color negro.

Este servicio se extiende por toda la Arquidiócesis de Quito, por el sur hasta Machachi, por el norte hasta El Quinche, incluso los valles. Los familiares de las personas que necesitan ser atendidas por un sacerdote pueden llamar al 099 988 3333.

La unción de los enfermos demora unos 30 minutos y es el sacramento que da fuerza, ánimo y consuelo a un enfermo y lo alista para una buena muerte, dice el obispo auxiliar de Quito, Danilo Echeverría.

Cuando no hay llamadas, el padre y los laicos conversan y leen la Biblia. En ocasiones salen a la capilla y hacen oración junto con las hermanas adoradoras del Santísimo, quienes permanecen toda la noche rezando en la capilla perpetua.

A partir de las 03:00, los laicos pueden retirarse a una de las cuatro habitaciones que se ubican en un recodo de la sacristía de este espacio católico. Los cuartos son pequeños, solo cabe una cama de media plaza y una mesa de noche. No es que duermen, solo estiran el cuerpo, mientras la fijan en los teléfonos por si suenan y tienen que salir volados en la ‘ambulancia del alma’.

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