Patricia Plaza (der.) y Karina, hermana de Steven, en el H. Metropolitano. Foto: Patricio Terán / EL COMERCIO
Esa tarde el calor era intenso en Carondelet, una parroquia de Esmeraldas. En la calle, a 50 metros del río Bogotá, un grupo de niños jugaba, entre ellos Esteven, un chico de 11 años. Otros seis adolescentes lo agarraron, ataron sus pies y sus manos y lo amordazaron. Ya inmóvil, le rociaron con gasolina y le prendieron fuego.
El ataque ocurrió el 14 de mayo y ayer los familiares del menor afectado recordaron esos detalles. Desde entonces, el pequeño permanece bajo cuidado médico. Primero llegó al Subcentro de Salud de San Lorenzo, luego pasó al Hospital Delfina Torres de Concha, en Esmeraldas, y desde hace nueve días está internado en la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Metropolitano, en Quito.
Su situación es crítica. Ayer, Patricia Plaza, tía de Esteven, relató que el menor está en coma, con pocas probabilidades de sobrevivir, según el último parte del médico que lo trata.
Esa tarde del 14 de mayo, tras el ataque, las llamas destruyeron las sogas con las que el chico fue maniatado. Así pudo lanzarse al río, pero el daño ya estaba hecho. La agresión dejó quemaduras en el 65% de su cuerpo; tiene daños en los pulmones, riñones, corazón e infección en el cerebro.
En Carondelet, una localidad de 1 700 habitantes, hay conmoción. Allí todos se conocen y aseguran no haber escuchado casos de violencia entre adultos, peor aún entre niños.
¿Qué provocó tal agresión? Los familiares de Esteven creen que el ataque puede estar relacionado con el juego conocido como Ballena Azul, que propone diversos retos, que van desde tatuarse la silueta de una ballena en el cuerpo, con un cuchillo, hasta el suicidio.
Pero las autoridades lo descartan. El parte policial señala que los chicos jugaban a “policías y ladrones”. Edwin Cando, comandante de la Policía de San Lorenzo, explicó a este Diario que en Carondelet no hay señal de teléfono, tampoco de Internet. Por eso desecharon la relación con los retos de la Ballena Azul, que requiere de las redes sociales para jugar.
“Para tener comunicación vía celular en esa población, los agentes asignados a esta zona deben buscar un lugar donde puedan encontrar algo de señal, lo que es muy complicado para establecer contacto telefónico”, dice Cando.
El caso llegó a la Fiscalía de San Lorenzo. Allí abrieron una indagación para aclarar las causas de la agresión. Ayer, de hecho, la madre de Esteven regresó a Esmeraldas para estar al tanto del proceso judicial.
En Quito se quedaron Patricia y Karina, hermana de Esteven. Ella relató que el pequeño quería ser futbolista, una aspiración de todos los jóvenes que habitan en Carondelet.
El menor asistía a una escuela de fútbol de la zona desde el 2013. Allí entrenaba con los otros seis adolescentes que al parecer perpetraron el ataque. “Eran amigos”, dice Karina.
Lo mismo asegura Plaza. Por eso descartan que detrás de la agresión esté un problema personal entre los chicos.
Ayer, Robert Cedeño, gerente del Hospital Delfina Torres de Concha, recordó que el niño llegó con “serias quemaduras en la superficie corporal, hipotermia y los signos vitales alterados”. Por eso no fue posible internarlo en esa casa de salud.
La familia del niño es cristiana y una fundación ligada a la iglesia a la que asisten es la que ha asumido todos los gastos en el Hospital Metropolitano. “Nos han dicho que esperamos, a ver cómo evoluciona, pero nos dicen que está muy grave”, decía ayer Plaza, afuera de esa casa de salud.
En Ecuador, el juego de la Ballena Azul se conoció a finales de abril. En ese entonces, el Ministerio del Interior pidió a la Policía que investigue si se han reportado casos en el país.
A este juego se le atribuyen 130 muertes de adolescentes en el mundo. Chile y Bolivia crearon unidades especiales.