En el malecón de Pedernales se colocó un monumento con los nombres de las víctimas mortales que dejó el terremoto del 16 de abril pasado. Foto: Enrique pesantes / EL COMERCIO
Buscaba una y otra vez en ese mural de mármol negruzco. “Ayúdame a encontrar a la señora Mercy”, le decía a otro jovencito que lo acompañaba.
La brisa del mar golpeaba con fuerza y agitaba una bandera tricolor, anclada en un monumento construido en la playa de Pedernales. Está rodeado por un listado de nombres y una leyenda que reza: “Ecuador, a la memoria de los fallecidos en el terremoto del 16 de abril del 2016”.
Era viernes por la tarde. Fernando ya había dado dos vueltas y no encontraba a su amiga entre los 660 nombres. “Era de Quito, tenía un hotel junto a mi casa”, y señala un terreno baldío, a menos de una cuadra. “Era de cuatro pisos, pero se cayó. Mi mamá se golpeó la cabeza, mi papá se fracturó una pierna y yo tengo la columna desviada”, cuenta el muchacho de 15 años. Su voz se quebraba e intentaba no llorar.
Calmar y disminuir el temor, la angustia, la ansiedad, la depresión, los trastornos del sueño y evitar que desemboquen en patologías mentales es la tarea de brigadistas que trabajan en la ‘reconstrucción’ psicológica de los damnificados.
Paola Escobar coordina las brigadas médicas que el Instituto de Neurociencias de la Junta de Beneficencia de Guayaquil envió a 12 cantones manabitas, entre ellos el del epicentro. “Ahora estamos planificando una fase de seguimiento, porque a medida que pase el tiempo aparecerán más personas que necesiten soporte”.
Carlos Orellana, director técnico de Neurociencias, identifica dos cuadros muy marcados entre quienes vivieron el terremoto. Por un lado han detectado trastornos de estrés agudo, una reacción de ansiedad que suele ser temporal. Y el estrés postraumático, un síndrome más severo, con alteraciones de la personalidad, que puede incapacitar e incluso manifestarse después de días, meses o años.
En Pedernales, la casa de Rosa Zambrano, en el barrio Divino Niño, está resquebrajada al igual que el estado emocional de su familia. Después del terremoto, una de sus hijas quedó en ‘shock’ por casi una semana. Y una de sus nietas, de 5 años, no paraba de llorar. “Se asustaba con el mínimo ruido, no dormía ni quería jugar. La tenemos en terapia”.
Hasta el pasado martes, el Ministerio de Salud Pública (MSP) reportó 19 912 atenciones psicológicas en 15 cantones manabitas y 802 consultas grupales e individuales en cinco localidades de Esmeraldas.
La intervención es por fases. Los días posteriores al terremoto se dieron primeros auxilios psicológicos e intervenciones en crisis. Ahora se enfocan en fortalecer la resiliencia. El proceso de duelo por pérdidas de familiares, materiales o laborales, la depresión, crisis de ansiedad, estrés agudo, irritabilidad o el miedo son los principales casos.
Las réplicas inquietan continuamente a los pedernalenses. Angélica Cedeño, delegada del MIES, cuenta que muchas personas han buscado regresar a los tres albergues de esa localidad, tras las últimas réplicas. Hasta la semana pasada, 424 familias (1 679 personas) recibían atención. “Con los niños hacemos rincones lúdicos y les enseñamos sitios seguros. Con los padres mantenemos charlas para detectar quiénes necesitan apoyo más intenso”.
En Portoviejo, 3 000 personas han sido atendidas, a través de campañas coordinadas por la Municipalidad. Mayra Perero, directora de Acción Social, explica que hace 15 días dieron consultas psicológicas y psiquiátricas a 180 pacientes.
“Mucha gente dice que tiene nervios, que está angustiada, no pueden dormir, de repente tienen gastritis, migraña e incluso han agravado los cuadros de quienes padecen epilepsia”. Por eso, dice, darán este servicio cada tiempo, por un año.
Las historias de traumas se repiten en otros cantones manabitas. La risa de unos cuantos niños irrumpía el silencio de Bahía de Caráquez. Es de noche y el parque infantil donde Jorge Luis Solórzano vende canguil está casi vacío. “Fue horroroso. La tierra sonaba como un taladro y los edificios se partían como galletas”.
Cuando recuerda, no puede evitar taparse el rostro con las manos. Recién hace una semana dejó de tomar las gotas y las pastillas tranquilizantes que le recetaron en un centro de salud. Pero no todos en su familia logran superarlo. “En mi casa no podíamos dormir. Con el mínimo movimiento nos exaltábamos. Pero debemos seguir adelante; hay que reponerse”.
En contexto
52 voluntarios del Instituto de Neurociencias de la Junta de Beneficencia de Guayaquil llegaron a Manabí. Psicólogos, psiquiatras, logoterapeutas y enfermeras han atendido a 4 388 personas con terapias individuales y grupales.